martes, 14 de febrero de 2012

ÓSCAR Y ALFONSO

HISTORIAS EN EL PISO TRECE
Presenta
LOS MISTERIOS DEL SEÑOR BURDICK
De Chris Van Allsburg

OSCAR Y ALFONSO
 Sabía que era el momento de devolverlas
Las Orugas se deslizaron suavemente por sus manos al escribir “adiós”.
Escrito por Mauricio J. Howlin

-A ver, mostrame tus manos.
Carolina las extendió con temor. Alfonso las examinó superficialmente y con impensada velocidad las golpeó con su varilla a la altura de la tercera falange.
-Ahora vas a ir a lavártelas una vez más, pero en esta ocasión lo vas a hacer bien.
 Carolina marchó nuevamente al baño. Odiaba a Alfonso con toda su alma. Luego de permitir que el agua fría de la canilla alivie el dolor de sus dedos procedió a quitarse de bajo las uñas los últimos restos de tierra que habían quedado de su última excursión al jardín hacía algo menos de media hora. Entonces se dirigió hacia el comedor donde Alfonso la sometió a una nueva revista, la que en esta ocasión superó exitosamente. Óscar ya estaba en la mesa.
 Su padre había muerto dos meses antes de que ella naciera cumpliendo su servicio como fuerza de paz de la ONU en Eslavonia. Su madre pronto había vuelto a casarse, más interesada en mantener su imagen ante la sociedad que en el bienestar de su hija o sus propios sentimientos. Óscar era un inútil en todos los aspectos, pero aún así un muy buen partido. Heredero de una basta fortuna familiar, había vivido de renta durante toda su vida y jamás había necesitado hacer algo productivo como, por ejemplo, trabajar. Acostumbrado al lujo y la ostentación, al contraer nupcias con María de los Ángeles, Óscar había encontrado el complemento perfecto para su personalidad. La reciente viuda en primeras nupcias pronto había tomado contacto con él y antes de que pasara un año ya estaba planeando la boda. Ésta se llevó a cabo en octubre y luego ellos dos se dedicaron por completo a una luna de miel de doce meses viajando alrededor de Europa. Poco antes de emprender el regreso María de los Ángeles perdió la vida en un accidente ocurrido mientras intentaban escalar el Mont Blanc, obviamente sin éxito. Óscar quedó desolado. Una sombra de él volvió a su vida anterior. De María de los Ángeles sólo le quedaba un recuerdo.
Carolina.
Durante toda la luna de miel la niña había permanecido al cuidado del mayordomo y críado personal de Óscar. Alfonso tenía sesenta y ocho años de edad cuando le fue encomendada la criatura. Desde entonces se dedicó a su educación con mano dura y rigidez. Durante toda su vida Carolina se había visto reprimida en todo aquello que deseaba. Óscar, mientras tanto, se pasaba día y noche lamentándose por su desdicha. Cuando Carolina cumplió cinco años Alfonso la inició en la jardinería, con el objetivo de que ella se dedicara al cuidado del jardín más temprano que tarde. Carolina encontró en esta tarea la distracción que necesitaba. Se pasaba en el jardín largas horas por día, cuidando las plantas y aprendiendo no solo sobre ellas sino también sobre sus ocasionales visitantes del reino animal. Orugas y mariposas, abejas y caracoles, mantis y bichos bolita, todos caían bajo la examinadora mirada de Carolina. Al cumplir diez años, ya era toda una especialista en el tema.
-Carolina, temo que a partir de la semana que viene habremos de internarte en una escuela de pupilas. El señor Alfonso me ha sugerido tomar esa medida y yo la he considerado la más apropiada. Él ya ha cumplido los setenta y siete años y su salud no le permite seguir con la crianza de una niña pequeña. En cuanto a mí, bien sabemos que no puedo ocupar mi cabeza en nimiedades. Es necesario que prepares tres mudas de ropa para llevar. El lunes partirás.
Ya era sábado y Carolina quería disfrutar una de sus últimas veces en el jardín, con todas sus plantas y sus insectos. Un colibrí libaba en el interior de una orquídea, mientras una mariquita volaba hasta su mano. Carolina la miró con interés y luego de un momento la sopló.
Al volver a la casa Carolina se lavó con cuidado las manos para evitar otro golpe de la varilla de Alfonso. Como cada tarde los dos hombres tomaban el té de las cinco mientras ella se contentaba con un horrible tazón de leche con cascarilla de cacao.
-Señor, ya he ultimado los detalles -dijo Alfonso-. Mañana vendrán del colegio para recoger a la señorita Carolina. He hablado con la madre superiora para asegurarme de que sean lo suficientemente estrictos con ella como para asegurarnos de que no pierda el rumbo.
- Excelente, Alfonso -dijo Óscar-. Finalmente nuestra niña se convertirá en mujer. Debes asegurarte especialmente de que...
Óscar no pudo terminar la frase. Súbitamente comenzó a tener convulsiones y cayó pesadamente al suelo de la sala. Alfonso se arrodilló a su lado para examinarlo, pero pronto comenzó él también a tenerlas. Prontó estaban los dos sacudiéndose en el suelo, revolcados en un charco común compuesto de una mezcla de sus respectivos vómitos.
Carolina los miró hasta que dejaron de moverse.
Luego de eso se acercó a la tetera y le quitó la tapa. Metió la mano y con su pequeña mano retiró de su interior dos orugas venenosas. Ella sonrió. El calor del agua no las había matado, pero sí había sido suficiente para que ellas liberen su toxina. Agradecida, la niña las llevó hasta el jardín. No hubiese querido desprenderse de ellas, pero bien sabía que era el momento de devolverlas. Se arrodilló en el jardín y con la mano izquierda removió un poco de tierra. Era suficiente. Las orugas se deslizaron suavemente por su mano al escribir “adiós”.

2 comentarios:

  1. ¡Qué final!...
    Genial; la verdad, llegué a detestar a ambos ancianos...
    Muy bien armada la trama, llevándonos de a poco a ese final que cierra la historia de la mejor manera...
    Un gusto conocer tus letras, Mauricio, felicitaciones...

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  2. ¡Qué zarpado relato! Me encantó, muy bueno el desarrollo y ese final, con Carolina haciendo gala de su hobbie más querido, utilizándolo a su favor.
    ¡Felicitaciones!

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