HISTORIAS EN EL PISO TRECE
Presenta
LOS MISTERIOS DEL SEÑOR BURDICK
De Chris Van Allsburg
UN EXTRAÑO DÍA EN JULIO
Lanzó con todas sus fuerzas, pero la tercera piedra rebotó de regreso.
Escrito por Tulio Fernández
Han pasado más de ochenta años y recuerdo esa mañana de julio como si hubiera ocurrido ayer. Cierro los ojos y siento el sol cayendo sobre mis párpados, el olor del prado fresco y húmedo en mis pulmones y el sonido del rio chocando contra las piedras.
En esa época no era la Condesa de Les Fleurs, ni la dueña y señora del Château des roses sino simplemente madeimoselle Antoinette, o "la pequeña dama", como me decía Patrick. Es precisamente de él de quien quisiera hablar, de él y de esa época en que lo conocí.
Trato y no recuerdo exactamente cuándo llegó al castillo. Sé que era hijo de la cocinera, de la obesa y gigantesca Frannie, pero a día de hoy ignoro si nació en Francia o si ellos llegaron al país a los pocos meses de haber nacido Pat.
Tanto ella como Mark, su esposo, venían de Norteamérica. Cómo nos reíamos de su acento. Dominaban el francés, sin duda, pero siempre con ese dejo gracioso de ese inglés desenfadado y malhablado que hablan en esa tierra de vaqueros.
Fueron muchos los rumores que suscitó la llegada de la familia Smith. Algunos decían que el padre había matado a un indio, otros que era un famoso asaltante de bancos. Todos los cuchicheos, hasta los más alocados, tenían sólo un punto de convergencia: Ellos habían huido de su tierra porque habían cometido un crimen terrible e innombrable.
La mayoría de las habladurías eran invenciones del mayordomo Luís y su hijo, el antipático Napoleón, pues nunca soportaron la llegada de los norteamericanos a quienes veían como una amenaza al poder que ejercían sobre el lugar. Temor completamente falso, porque los Smith nunca tuvieron la intención de quitarle el trabajo a ese par de bellacos que nunca hacían nada útil aparte de beberse las reservas de vino y molestar a las doncellas de la mansión.
Lo que he podido conocer través de los años es que un día la familia se apareció en el Chateau. Mark Smith pidió hablar con mi padre, se encerraron en su viejo despacho y hablaron por varios minutos, luego de lo cual su familia entró a formar parte de la servidumbre. Nunca podré saber de qué hablaron pues todas aquellas personas que podrían decírmelo están muertas o ya se han ido de mi lado.
Rápidamente y sin ningún contratiempo se integraron en las labores diarias de la mansión. No soy poco modesta al decir que a pesar de nuestro linaje y nobleza éramos queridos por los sirvientes, quienes nos apreciaban realmente y no nos temían u odiaban en secreto como tantas veces vi en otras familias.
Durante mucho tiempo no supe nada de los norteamericanos. Es cierto que sabía de su existencia y una que otra vez hablaba con Fran, quien me hacía deliciosos platillos; pero aparte de burlarme de su gracioso acento me mantenía completamente alejado de ellos. No se podría decir que la culpa fuera falta de interés o antipatía de mi parte, pero en ese tiempo los primeros síntomas de mi enfermedad empezaron a manifestarse y prácticamente el mundo perdió todos los colores para mí.