martes, 10 de enero de 2012

LA BIBLIOTECA DEL SEÑOR LINDEN

HISTORIAS EN EL PISO TRECE
Presenta
LOS MISTERIOS
DEL SEÑOR BURDICK
De Chris Van Allsburg
LA BIBLIOTECA DEL SR. LINDEN
El la había prevenido sobre el libro.
Ahora era demasiado tarde
Escrito por
José Luis Bethancourt

 
1
Apenas medio millar de personas daban vida al tranquilo pueblo de Linden, llamado así en honor a sus fundadores, ubicado al sur de Wisconsin. Los largos inviernos marcaron el carácter particularmente sedentario, orientado a actividades alejadas del aire libre, a no ser por los típicos cazadores de ciervos o pescadores de truchas que recorrían cada temporada las pocas tiendas del centro para aprovisionarse.Muy lejos de ese pasajero bullicio de temporada, en el extremo de la calle principal que daba al norte, se alzaba una gran mansión de estilo victoriano donde vivió casi completamente recluido el matrimonio.
Las ancianas que se reunían algunas tardes en el Salón de Té de Rosemary siempre recordaban las épocas felices en que asistían a las fiestas de sábado en la mansión Linden. No hubo un solo fin de semana sin baile, comida y bebida en el amplio salón adornado con tapices e iluminado con una majestuosa araña de cristal.
Pero esas fiestas terminaron abruptamente cuando el joven Stephan Linden, último descendiente de la familia, decidió alistarse en el ejército a la edad de 19 años. Luego de su partida el gran salón fue remodelado para convertirse en Biblioteca.. Los tapices se reemplazaron por decenas de estantes de caoba y la hermosa araña central por grandes lámparas de pie que difuminaban la luz.
El apenado matrimonio cerró más de la mitad de las habitaciones confiando el cuidado de la mansión a la fiel ama de llaves Emma y dos mucamas que se alternaban la responsabilidad de atender la cocina además de la limpieza diaria de los ambientes en uso.
Libros de todo tamaño y origen pronto fueron llenando las estanterías sin orden o clasificación aparente. La excepción a este caos era la sección de pared que iba desde el gran ventanal al hogar de piedra. Allí los espacios estaban bien delimitados por el tamaño de los volúmenes, el color de la tapa y el material de la encuadernación.
Cada semana un mensajero diferente traía una caja conteniendo libros y una nota del joven soldado que siempre contenía el mismo texto. “Estos ejemplares son extraordinarios y les encomiendo la guarda hasta mi regreso. Solo cuando esto ocurra podrán ser leídos sin peligro, ya que tengo en mi poder el secreto de su magia”.
Con el correr del tiempo la colección se fue acrecentando, ocupando otra pared de la Biblioteca, siempre custodiada fielmente por el Sr. y la Sra. Linden hasta el día que la muerte los llevó tomados de la mano en medio de la mayor tormenta de nieve del siglo en aquel Condado. En aquel tiempo la fiel Emma se constituyó en guardiana de la casa, sus recuerdos y los libros que habían llegando semana a semana.
El día del funeral todo el pueblo estuvo presente. A pesar de ser los vecinos más alejados sus constantes obras de bien los mantuvo cerca de todos. Solo faltaba en ese doloroso momento el hijo que había partido al extranjero quince años atrás sin que las muchas diligencias lograran dar con su paradero. Se comentaba por lo bajo la ingratitud de aquel joven cuya ausencia había instalado la nostalgia en el rostro de sus ancianos padres.

2
En la siguiente semana de las exequias Emma esperaba la visita del mensajero, esperanzada que en esta oportunidad traería algún indicio del paradero del Sr. Linden. Pero no hubo mensajero ni libros. Tampoco la otra semana, ni la otra, ni el mes siguiente.
Al terminar la primavera el correo regular trajo un sobre lacrado a su nombre remitido por una firma de abogados de Boston. El mismo contenía el libro más extraño que hubiera visto en su vida, acompañando una carta de varias páginas donde Stephan. Linden develaba su paradero, sus aventuras, amores, desamores, su matrimonio, el nacimiento de Melody, la partida sin retorno de su esposa y la última expedición emprendida de la cual estaba seguro que no iba a volver.
El corazón bondadoso de la fiel ama de llaves se llenó de amor maternal por este hombre y por la niña que ya era casi adolescente al ir leyendo la fascinante historia Fue grande su sorpresa cuando en la última página es designada albacea de todos los bienes y tutora de la joven, a quien conocería el año entrante. Sin embargo supo que tenía la resolución y la fuerza de espíritu necesaria para cumplir ese pedido en agradecimiento por esa familia que la trato como si fuera parte de ella.
Más tarde se dedicó a inspeccionar el libro que acompañaba la carta. Era un volumen de unas quinientas hojas mas o menos, contenidas entre tapas de un material semirígido que tenía aspecto de madera pero textura de algo parecido a cuero. Una variedad de colores tornasolados se fundían en el extravagante símbolo labrado en ambas caras de la tapa y la contratapa. Cabezas y extremidades de seres mitológicos estaban entrelazados con lianas, hojas y flores de incierta procedencia. Su escritura no era nada convencional. Una letra caligráfica muy pequeña llenaba la hoja desde el centro siguiendo un círculo continuo hasta formar un apretado espiral. La tinta era de tonos rojizos y azules. Eran trazos tan perfectos, tan regulares en intensidad que no se podía distinguir la diferencia de presión de la tinta sobre el papel al recargar la pluma o cambiar de color.
En la primera página, escrita con gruesas letras negras de estilo gótico se podía leer esta advertencia. “Este libro contiene la clave para descifrar misterios oscuros o revelar verdades curadoras. Cada página incluye información referente a los Mil y un libros cuya colección precede a este. Las páginas pares detallan como extraer lo bueno de cada libro, y las páginas impares nos cuentan de la maldad que se puede hallar en ellos. No debe ser leído sin llevar puesto la Medalla de Sabiduría que será entregada a su guardián. El hacerlo podría traer nefastas consecuencias al que pase por alto esta advertencia y a quienes lo acompañen.”.
Emma sintió un escalofrío recorriendo su espalda junto con un extraño ardor en las manos. Con un grito dejó caer el libro cerrándolo con la punta del pie. Luego lo metió apresuradamente en el sobre donde vino y decidió emprender cuanto antes el viaje a Boston para hacer los arreglos pertinentes a fin de traer a la niña a casa en enero.
Con las primeras nevadas llegó el tiempo de partir. Desde aquella travesía que comenzó en su Londres natal Emma no había emprendido otro viaje tan largo y lleno de inquietud por el porvenir. Sin embargo la cálida recepción acompañada del tono amable y seguro de los abogados la tranquilizaron por el momento. Todos los detalles en cuanto a administración del legado del Sr. Linden estaban perfectamente ordenado. Para alguien acostumbrado tantos años a administrar una casa tan grande no le sería difícil la tarea.
Melody resultó ser absolutamente encantadora. A pesar de contar con apenas once años se desenvolvía con aire de autosuficiencia. Miraba directo a los ojos y tenía una sonrisa muy dulce. Pero no podría decirse que era alguien fácil de manejar ya que sabía muy bien lo que quería y un carácter firme para respaldar sus opiniones. Hablaba español, alemán, ruso, portugués más una veintena de dialectos de Asia, África y Oriente, junto con el inglés, lo cual era herencia de su padre a quien acompañó en varios de sus viajes. Por esta razón también su conocimiento de mundo era muy amplio. También su pasión por la lectura había acrecentado su saber al mismo ritmo que su curiosidad.
Emma tuvo que poner a prueba sus dotes directivas porque, a pesar de las apariencias, Melody todavía era una niña frágil e inexperta proclive a decir cosas inapropiadas o husmear en lugares y asuntos que no eran de su incumbencia. Algo que se notó pronto en un pueblo tan pequeño y de normas estrictas donde no se veía con buenos ojos a alguien de “espíritu demasiado liberal”, como solían decir.
3
Como notarás querida, a pesar de que en el mundo se habla de que esta es una nación que pregona la libertad, en pueblos como éste hay un cierto apego a normas y protocolos sociales.—dijo la anciana como introducción a su pequeño discurso sobre lo permitido y lo correcto en esta nueva vida para la joven—, Aquí en la casa también hay normas sencillas de cumplir para que la convivencia sea agradable.
—Lo he notado —respondió Melody con un dejo burlón—, hay un espíritu algo primitivo en este lugar olvidado por Dios y por el Diablo.
—Te agradecería que no hables en ese tono. Puedes tener una actitud un poco más comprensiva —contestó la anciana con dulzura.
—Puedo intentarlo —dijo la joven
—Podríamos llegar a un acuerdo que nos ayude a las dos a obtener lo que queremos —continuó la anciana—, simplemente déjame saber tus planes, donde estarás respetando los horarios de las comidas, de acostarse y levantarse.
— ¿Eso nada más? — preguntó Melody con cierta decepción.
—Hay otra cosa importante— se apresuró a decir Emma —, sobre la biblioteca...
— ¡Es fascinante! —Exclamó entusiasmada Melody— ¿Qué hay con ella?
—Tu padre dejó instrucciones expresas de no leer ciertos libros sin tomar algunos recaudos —dijo la anciana mientras abría con una llave que colgaba del cuello el cajón de su escritorio sacando una caja de madera—, por lo cual creo que es mi responsabilidad que sepas de que se trata ya que tienes suficiente edad para comprenderlo.
Eso le gustó a Melody porque su padre también le hacía saber todo lo importante y confiaba en ella. Lo echaba mucho de menos a pesar de que Emma le caía bien hasta el grado de tenerle cariño.
La tutora tomó el libro y leyó la primera página. La expresión de asombro en el rostro de la joven era imposible de disimular. Reconoció el dibujo de la tapa. Ese era el único libro que su padre nunca le había permitido ni siquiera tocar, del cuál siempre le advirtió que no podría verlo hasta su décimo quinto cumpleaños. Un intenso brillo iluminó su mirada cuando la Medalla de la Sabiduría fue mencionada.
—Mi padre sabía muchas cosas además de ser muy valiente. Si dejó esas instrucciones seguro que lo hizo sabiendo lo que decía—, dijo Melody con voz muy convincente, sin agregar nada más y tranquilizando así a la anciana. Pero en su corazón se alojó el irrefrenable deseo de apoderarse de esa medalla y conocer los secretos oscuros de los Mil y un libros.
A la mañana siguiente esperó que Emma fuera a hacer las compras a la tienda principal para visitar la biblioteca. Era su oportunidad porque la mujer demoraría mas de lo acostumbrado comprando obsequios y otros preparativos para la celebración de su cumpleaños. Quería que fuera un secreto para la niña pero las mucamas no fueron muy discretas.
Comenzando por los estantes más próximos a la chimenea fue recorriendo los lomos notando los títulos curiosos de muchos de aquellos ejemplares. Les resultaban familiares pero extraños al mismo tiempo. “Alicia y los siete enanitos”, “Cenicienta y el lobo”, “Gulliver el marino”, “La habichuela en la piedra”, “La vuelta al mundo en tres cerditos”, “El patito de plomo”, “El flautista valiente”, “El traje nuevo de Simbad”, “El soldadito y el diablo”, y muchos más por el estilo
Estaba embelesada en esta tarea cuando de repente se acordó cuál fue el propósito que la llevó hasta la Biblioteca: encontrar la Medalla. No era un asunto sencillo de resolver pero contaba gran poder de observación acompañado de extraordinaria memoria.
Un detalle que a otros les hubiera desapercibido era que cada lomo poseía un pequeño símbolo. Había una decena de ellos, repetidos un centenar de veces lo que hacía un total de mil símbolos agrupando diez categorías de temas. Pero había solo un volumen con una marca diferente a todos pero idéntica a la que estaba labrada en la medalla y el anillo que portaba ella en su mano derecha.
4
Se percató de la similitud entre los símbolos en ese momento sin lograr deducir a que se debía. Por lo pronto se apresuró a salir de la Biblioteca antes que Emma regresara y pasó todo el día pensando en dónde podría estar guardada la Medalla. Esa noche bajó sigilosamente a la biblioteca. Tomó el único ejemplar con una marca distinta sintiéndolo muy liviano para su tamaño. Al abrirlo notó que en realidad era una caja. Contenía una hoja de papel amarillenta con su nombre en el doblez externo y un compartimiento en cuya tapa estaba tallado el mismo símbolo de su anillo.
Su corazón latió mas aprisa al reconocer la letra de su padre. Con ansiedad desdobló la hoja leyendo: “Mi adorada Melody, si estás leyendo esta nota es porque no estamos juntos y tienes acceso a los Mil y un libros, mi colección especial. Éste contiene la clave para poder hacer uso de ellos. Usa tu anillo para abrir el compartimiento de la caja y encontrarás la Medalla de la Sabiduría. Pero presta atención a la advertencia que contiene al principio. Nadie más debe tener acceso al libro, y ninguno de la colección debe salir jamás de la biblioteca. Las fuerzas que están en juego son muy poderosas. De esto dependerá tu vida y la mía.”
Estas últimas palabras la aturdieron. ¿Cabía la posibilidad que su padre estuviera vivo? Habían pasado quince meses desde su desaparición sin que dejara rastros. ¿Estaría realmente la clave de todo en la biblioteca de la mansión Linden? ¿De qué fuerzas poderosas habla la nota? Mientras cavilaba en todo esto tomó su anillo lo apoyó sobre el compartimiento del libro-caja haciendo encajar las figuras. Luego hizo una suave presión con lo que se abrió una tapa dejando al descubierto la Medalla. La tomó con sumo cuidado al examinarla a la luz de la lámpara. Era bellísima, como ninguna otra joya que hubiera visto.
Antes de que Emma o las mucamas se levantaran Melody se retiró a su habitación llevando consigo varios ejemplares de la colección, además de la caja-libro, a pesar de todas las advertencias. La ansiedad, curiosidad y un inesperado deseo de rebelarse pudieron más que la confianza que había depositado su padre en ella.
Recostada en su cama, bajó la tenue luz del velador comenzó a leer “La habichuela en la piedra”. No pasó más de un minuto cuando gran cansancio empezó a apoderarse de ella. Luchaba para no cerrar los ojos pero sentía una gran atracción hacia esas páginas que descansaban sobre su brazo. Antes de quedar inconsciente pensó en  su padre. El la había prevenido sobre el libro. Ahora era demasiado tarde.
De las páginas centrales brotaba y se desarrollaba con rapidez una planta rastrera de hojas pequeñas. Su aspecto al comienzo era como una Stenotaphurm, pero luego de un rato se parecía mucho a una Phaseolus vulgaris aunque sus vainas en lugar de ser verdes eran rojas. Pero el aspecto inocente de la planta escondía un poder formidable. La piel que entraba en contacto con sus hojas sufría de un envejecimiento prematuro. Y la mano izquierda de Melody estaba justo en su camino. Pronto la piel blanca y tersa perdió su lozanía. El escozor producido por las hojas sobre su mano la despertó, sobresaltándola.
Quiso cerrar el libro y llevarlo de vuelta a la biblioteca. La planta lo impedía. Tomó unas tijeras del cajón de la mesa de noche cortando las ramas guías principales. Éstas quedaron retorciéndose en el suelo mientras las vainas de habichuelas sonaban como cascabeles. Melody no  tuvo miedo. Con decisión cerró el libro e intentó levantarlo, pero no fue posible. El volumen se fue convirtiendo en una piedra, una enorme y redonda roca. Pesaba tanto que no pudo más que arrastrarlo sobre el cobertor hasta que cayó al suelo.

5
Sentía que se desvanecía al levantarlo. —“Tal vez si como algunas habichuelas me sentiré mejor” — pensó mientras tomaba una de aquellas vainas rojas. En contacto con la yema de sus dedos la habichuela cedía su hermetismo y se le ofrecía tentadora a todos los sentidos. Su color, aroma y suavidad la hicieron irresistible. La degustó con una mezcla de placer y resquemor mientras el fruto se deshacía en jugos apenas dulzón. El efecto fue inmediato. Entró en un estado de gran excitación y euforia que le producía alucinaciones.
Aún no se había percatado que el contacto con la planta de habichuelas desencadenó cambios extraordinarios en su cuerpo y que ya no sería una niña por mucho tiempo. Al sacar el libro de la biblioteca el balance de ciertas fuerzas misteriosas fue alterado. 
Miró su mano. Notó que las líneas de la palma eran mas oscuras, mas gruesas y sobre el dorso distinguía finas venas y arrugas. Era la mano de un adulto pero se resistió a creerlo. Solo un espejo le devolvería la imagen de la realidad.
Frente a ella un fuerte sonido provino de la piedra que se elevó del suelo cerca de un metro quedando suspendida en el aire. Un fulgor intenso que emanaba de la parte inferior de este nuevo ente tomó cuerpo generando un portal de apariencia acuosa.
En un lapso de lucidez reparó que estaba metida en un gran problema y recordó la advertencia que tan tontamente desestimó. No pudo evitar pensar en su padre, en lo que hubiera hecho en esta situación, de la cantidad de veces que le contó como escapó de mil peligros o salvó a otros. Anheló con todas sus fuerzas en ese instante haber acompañado a su héroe en su último viaje del que nunca regresó en lugar de estar atrapada en un cuerpo extraño
Apretó los ojos con fuerza arrojándose de un salto dentro del portal. Al abrirlos ya no estaba en su cuarto, ni en la mansión. Había desaparecido todo lo que conocía siendo transportada a otro mundo.
El lugar le resultaba familiar. Casas bajas, las calles sin pavimento, la brisa caliente y el sol abrazador… Era el poblado de Afganistán, del que tanto le había escrito su padre. El bullicio del mercado la aturdió, pero no tanto como la embotaron los intensos aromas a especias, comida y estiércol de animales.
Caminó con lentitud mientras se esforzaba por recordar todo lo que había leído sobre el lugar. Unos metros más adelante se encontró con un bazar, de esos que venden todo tipo de adornos, libros, cestas, aperos, cuchillos, hilados, tejidos, pañuelos, ropa y chucherías. En la puerta, el dueño vociferaba a viva voz las bondades de su mercadería mientras hacía vigorosos gestos a los posibles clientes para que entraran a la tienda
Se detuvo a observar diferentes objetos, mientras el vendedor se movía a su alrededor sin parar de hablarle. Casi no lo oía, absorta en sus pensamientos, maravillada por la extraordinaria belleza de unos jarrones de alabastro. Al levantar uno de ellos notó nuevamente sus manos. Sobresaltada buscó un espejo hallando uno al llegar al fondo del salón donde quedó estupefacta. Una joven de unos veinte años, vestida como una lugareña y con facciones muy similares a ella, se dibujaba en el reflejo. Movió una pierna, la mujer hizo lo mismo. Se tocó la cara, ella repitió exactamente el mismo gesto. Alargó su mano hacia la mujer. Esa que era casi una niña un rato antes ahora había madurado varios años en pocos minutos.
Sin embargo no tuvo temor ni pánico. Le dedicó una amplia sonrisa a la nueva Melody, se acomodó la ropa y el cabello alegrándose de ser una adulta sin haber pasado por la adolescencia. Sí, le gustaba el giro de los acontecimientos decidiendo sacar el mejor partido a la situación.
Para empezar necesitaba dinero para provisiones, un lugar donde alojarse y contratar un guía. ¿Cómo haría para obtener dinero?
Afortunadamente el idioma no era un impedimento. El dialecto del pueblo era uno de los tantos que conocía, un conocimiento resultó ser su aliado. La aldea era un centro de abastecimiento y un punto de encuentro muy importante en la zona, no solo para los naturales del país sino para muchos ingenieros, soldados, hasta turistas que pasaban cotidianamente. Al observar el abanico de seres que iban y venían por el pueblo se dijo que podía conseguir que le pagaran por servir de traductora.
Faltaban un par de horas para el mediodía, tiempo suficiente para conseguir sus primeros billetes. No le fue difícil hallar a un grupo de europeos. Sin perder tiempo se acercó a ellos haciéndoles una oferta. Estos se alegraron de conocer a alguien que los ayudara con el idioma. La invitaron a almorzar con ellos a fin de convenir los detalles de su tarea como traductora. Luego, durante la siesta, bajo el tórrido sol, volvió al bazar a seguir husmeando en el bazar.
6
La inspección a los libros que había visto amontonados en un gran cesto de mimbre resultó en una gran sorpresa. Allí estaban los nueve tomos de igual encuadernación, tipografía y color guardados en una pequeño arcón de cuero. “Alicia y los siete enanitos”, “Cenicienta y el lobo”, “Gulliver el marino”, “La habichuela en la piedra”, “La vuelta al mundo en tres cerditos”, “El patito de plomo”, “El flautista valiente”, “El traje nuevo de Simbad”, “El soldadito y el diablo” Eran los mismos volúmenes que había sacado de la biblioteca y llevado a su cuarto. ¿Sería posible que hubiera más de una edición? No tuvo más remedio que preguntar al dueño de la tienda sobre el origen de los libros. El modesto Nasir, se mostró complacido de que ella le prestara atención y se interesara en los libros. Afirmaba una y otra vez, ante la insistencia de Melody, que esa colección era única. Habían sido completamente ilustrados y escritos a mano por un sabio muy anciano que vivía en una cueva en el desierto sin nunca abandonarla.
— Entonces ¿cómo han llegado al bazar estos libros? — preguntó ella
— Los trajo un oficial inglés hace dos lunas para que los guarde. Vendrá a buscarlos al regresar de un largo viaje que hará por mar. La cantidad de mapas que llevó me hace pensar que se va a tomar su tiempo. Mira, aquí dejó unas instrucciones— comentó el tendero mientras le entregaba una hoja de papel donde se leía “Estos ejemplares son extraordinarios y les encomiendo la guarda hasta mi regreso. Solo cuando esto ocurra podrán ser leídos sin peligro, ya que tengo en mi poder el secreto de su magia
Tratando de contener su emoción preguntó — ¿y recuerda usted el nombre de este oficial?
—Difícil de olvidar alguien tan generoso y amable, se apellida Linden—
El tendero no comprendió porque esa joven tan bella y culta lloraba por unos libros tan extraños, pero se negó a dejarse convencer por ella y entregarlos. Nunca traicionaría la confianza de un cliente. Y ¿Qué clase de historia era esa de que era la hija? El oficial no tendría mas de veinticinco años, ¡imposible tener una hija adulta!
Esa última observación hizo que ella saliera corriendo como alma que lleva el diablo aumentando la consternación del vendedor. Ni atinó a seguirla mientras guardaba los libros y meneaba la cabeza pensando en que los extranjeros son gente realmente extraordinarios. Mientras tanto Melody había alcanzado el extremo de la calle y entraba al modesto motel donde se alojaban los europeos que la contrataron como traductora horas antes. Uno de ellos estaba sentado en el lobby leyendo una edición del Herald. Prácticamente le arrancó el periódico de las manos ante la sorpresa del pobre caballero
El Herald era del día 12 de Julio de 1959. —¡Esto es imposible!—  Exclamó al ver que era el día de su nacimiento. — ¿Qué clase de broma macabra era esta? Hace apenas unas horas esperaba despertar y recibir regalos por su cumpleaños. Hoy es 12 de Julio de 1970 ¿y ahora le quieren hacer creer que apenas es la fecha en que nació? Que haya madurado hacia la adultez en cuestión de horas lo aceptaba, aunque no sabía porqué, pero esto ya era demasiado. ¿Además había viajado en el tiempo y en el espacio? — Sentía que la cabeza le iba a estallar. No pudo soportar tanta tensión y perdió el conocimiento.
Despertó dos días después, en un cuarto del hotel, atendida por una enfermera de facciones toscas y ademanes bruscos. El médico había dado instrucciones de que no se levantara y se ajustara a una dieta rigurosa para desintoxicarla pensando que su comportamiento se debía a algún alimento en mal estado. Melody asintió y permaneció en calma y acostada sin revelar que tenía otros planes.
Esa noche escapó sigilosamente y se dirigió al bazar para poder ver los libros. El deseo de quedarse con ellos fue muy fuerte y haciendo un paquete con un lienzo resistente se los llevó. Buscó alojamiento en una humilde posada a la salida del pueblo. Una vez instalada comenzó a leer bajo la luz de una vela “Gulliver el marino”, creyendo que si su padre emprendió un viaje por mar el libro podría ayudarla a encontrarlo.
No se había consumido un cuarto de la vela cuando quedó profundamente dormida. Los gritos del contramaestre llamando a toda la tripulación a cubierta, y del grumete anunciando una fuerte tormenta proveniente del oeste la despertaron. Una pesadas botas bucaneras, pantalones ajustados, una camisa blanca y una chaqueta de botones dorados eran su atuendo ahora. En la pared del camarote estaban los nueve tomos, dentro de una vitrina acompañando a otro centenar de libros. En la mesa una espada con su vaina brillaba a la luz de la lámpara de aceite.
Estaba en el castillo de popa. Esta era la biblioteca y camarote del capitán. Melody estaba maravillada. Poco a poco iba comprendiendo las palabras de advertencia que había escrito su padre, iba encontrando respuestas a sus preguntas y estaba viviendo la mejor aventura de su vida. Unos fuertes pasos de alguien que subía las escaleras hacia el camarote la hicieron volver a la realidad. Tuvo gran temor cuando la puerta se abrió lentamente y ante su vista apareció plantado el capitán. Sin parche en el ojo y sin pata de palo ni loro en el hombro pero con un rostro que le resultó familiar.
¿Nasir? ¡Esto es increíble! ¡Pensé que no volvería a verte!— dijo alegremente mientras se acercaba al capitán. Pero éste se mantuvo firme, cruzado de brazos, en silencio y con el rostro adusto. Una voz gruesa y desagradable salió de su boca al responder luego de una pausa que parecía interminable. — ¿Quien eres? ¿Porque me llamas Nasir? Mi nombre es Gulliver— contestó
Melody trató de explicar quien era, de donde venía, la historia de su padre, de los libros y Nasir. Pero calló bruscamente cuando se dio cuenta que no podía explicar como había llegado a bordo de la goleta.
—Nasir es mi hermano gemelo, pero nos distanciamos hace muchos años cuando no quiso ser mi compañero de viajes prefiriendo montar esa ridícula tienda. Sin embargo veo que no está tan mal después de todo. — dijo en un tono un poco más amable. Abrió su boca para decir algo más pero fue interrumpido.
De pronto todos en el barco se agitaron. Gritos, corridas, órdenes, movimientos en cubierta y en la bodega daban cuenta de que se prestaban a fondear en la caleta del norte. La isla era muy visitada por todo tipo de naves y no era la primera vez que el “Nueva Esparta” se aprovisionaba en ella. La gran novedad esta vez era la presencia de la hermosa joven que había encontrado flotando aferrada a un madero cerca de la isla Montserrat
El capitán la protegía pero a sus espaldas surgían serias disputas entre la tripulación. Algunos hablaban de obligarla a fregar y cocinar para todos, otros decían que lo mejor era venderla en el primer puerto al que arribaran. Era imposible contener el malestar entre ellos.
— ¡Motín a bordo mi capitán! — Anunció exaltado el alférez Da Silva mientras entraba atropelladamente en el camarote — ¡Vienen por ella! ¡Los escuché hablando de venderla al desembarcar! — agregó preocupado.
—No tenemos tiempo de escapar y no hay donde ocultarla. Haremos esto: únete al motín y simula estar en mi contra. Luego que desembarquen busca la oportunidad de ayudarnos. Es mejor no poner resistencia. — Fueron sus últimas instrucciones antes de que los amotinados los hicieran prisioneros.
Maniatados, amordazados y casi inconscientes depositaron a ambos en una cabaña cercana al embarcadero, mientras se iban al pueblo a parrandear hasta ya no tener mas fuerzas.
Dos días de descanso fueron suficientes. Los marineros se intranquilizaban si el suelo no se movía bajo sus pies. A la tercera noche todos se reunieron en la mesa de la taberna a beber y discutir sobre el destino de sus prisioneros. Cerca de la medianoche él alférez abandonó al grupo de borrachos y aprovechando la noche sin luna se alejó de la taberna para cumplir con su misión.
Mientras tanto en la cabaña de la playa, el capitán y la joven estaban amarrados entre los sacos de provisiones y ropa, esperando el momento de ser liberados. Ya se estaban impacientando pero confiaban en la lealtad del portugués. A mitad de la noche los venció el sueño hasta que el ruido de alguien destrabando la puerta los despertó.
Da Silva asomó su cara grandota y roja por la puerta. Mientras los desataba le contó que había ido remado hasta la corbeta para conseguir algunas armas. — También traje esos extraños libros que tanto cuida capitán, espero haber hecho bien. — dijo en tono alegre.
— ¡Hizo muy bien alférez! Por lo que me ha contado esta belleza los libros pueden sernos tan útiles como este par de pistolones. Dime una cosa Melody ¿podremos usarlos para ir donde mi hermano? — dijo mientras toma un par de ejemplares del paquete.
Al hojear “La habichuela en la piedra” quedó consternado. Todas las hojas estaban en blanco, como si nunca nadie hubiera escrito en el. Entonces le dio un vistazo a “Gulliver el Marino” y estaba en igual condición. Así que por ese lado ya no habría más secretos que develar ni más sorpresas que esperar. Tampoco eran el camino para volver a ver a Nasir. Sin embargo nada ni nadie le harían desistir ahora de su propósito de indagar en los otros libros mágicos buscando nuevos rumbos.
— ¿Qué opinas? ¿Leemos otro libro a ver que sucede o tratamos de escapar en un bote? — dijo el capitán. — Usted, estimado alférez, regrese con la tripulación. Estará más seguro que con nosotros. Su lealtad será recompensada. Vaya a casa del herrero John. Diga que le envié a buscar “la herradura de cinco clavos” y muestre mi anillo. A cambio le dará la ubicación de uno de mis escondites. Encontrará en él un pequeño tesoro. Es suyo Da Silva.
Se despidieron brevemente y el capitán volvió a la cabaña intrigado por los libros. El sueño había vencido a Melody que dormía en un rincón. Pero en el momento que él abría el tomo “El flautista valiente” ella despertó. Al verlo se sentó en la mesa frente a el, tomó el libro de sus manos para comenzar a leer en voz alta la historia.
8
Una dulce e intensa música de flauta llenó el ambiente. Mucho antes que el aceite de la lámpara se consumiera ambos estaban sumergidos en un sopor profundo. Permanecieron es ese estado por varios días, tal vez cinco o seis, era difícil saberlo. Al volver en sí descubrieron que estuvieron durmiendo sobre unos sucios jergones, sobre el piso de una celda de paredes de piedras oscuras y frías. Gruesos grilletes de hierro los tenían sujetos de pies y manos con largas cadenas a la pared. La puerta, de madera maciza, tenía un cerrojo que solo podía ser abierto desde afuera. Ignoraban donde o porqué estaban prisioneros. Fuera de su prisión se escuchaba a los guardias hablando sobre ellos. Las voces llegaban cortadas pero los libros fueron mencionados un par de veces.
Una tos fuerte proveniente de la esquina opuesta de la habitación les puso sobre aviso de que no eran los únicos prisioneros en esa celda. Un hombre se acurrucaba bajo una harapienta túnica marrón de lana que le daba la apariencia de un monje franciscano. Pero una vez de pie era alto, de hombros anchos, manos fuertes y ojos chispeantes. Su actitud distaba mucho de la de un monje cabizbajo y tranquilo.
— ¿Trajeron los libros? — preguntó sin siquiera saludar, ni presentarse — Seguro que si, de otra forma no estarían acá. A ver, de prisa, muéstrenme que dice el libro sobre mi— dijo señalando con su flauta al paquete de libros que estaba a los pies de Melody.
— Pero, ¡es imposible! Una vez que un libro es abierto todas sus páginas quedan en blanco y no podemos volver a leer en ellos. No hay nada que podamos hacer— respondió Gulliver.
— ¡Siempre hay algo que se pueda hacer! — respondió el flautista. — Tengo un plan para fugarme pero necesitaba ayuda de alguien más. Si ustedes me ayudan los puedo llevar a un lugar seguro donde pasar el resto de sus días—.
— ¡No! — dijo Melody — Si estás seguro que tu plan funciona debes ayudarnos a encontrar a mi padre, el sabrá como ponernos a salvo, incluso como regresar a casa. —
— ¿Porque estás tan segura que tu padre puede hacer eso? ¿Cuál es su nombre? — dijo algo escéptico el flautista.
— Mi padre es el teniente Linden, de las fuerzas especiales de su Majestad la Reina. — contestó orgullosa Melody, olvidando que desconocía en que lugar o tiempo se encontraba entonces.
— ¡Linden! Todos saben que desapareció llevando consigo una insignia de oro que pertenece a la Orden de los Guardianes. Pero nadie ha podido encontrarlo. ¿Así que tú eres la hija? — preguntó. Pero antes que Melody abriera su boca para dar una respuesta el flautista empezó a llamar a los gritos a los guardias.
Estos entraron en tropel encabezados por el Comandante de la guardia, quien era el más corpulento de los cuatro. Lo que ocurrió a continuación fue totalmente inesperado. El comandante quiso atrapar al flautista, pero este se escabulló de entre sus brazos para aparecer en la otra punta de la habitación tocando su flauta de oro con un sonido intenso, que llenaba el ambiente hasta aturdir. Los guardias en lugar intentar controlarlos fueron contra su Comandante y lo sujetaron con fuerza.
De repente los grilletes y el cerrojo de la puerta comenzaron a vibrar abriéndose uno tras otro. Aprovechando la confusión tomaron los libros y las espadas que los guardias dejaron caer al taparse los oídos, corriendo fuera de la celda
Afuera se encontraron con largo pasillo iluminado por antorchas donde se veían puertas con guardias vigilando. Comenzaron a recorrer el pasillo con mucho temor, pero el flautista los apremiaba para que avancen mientras se trenzaba en duelo de espadas con los guardias. El Capitán y Melody nunca habían peleado con espadas, pero estas parecieron cobrar vida en sus manos hasta que, tras larga lucha, entre los tres lograron vencerlos.
La valentía del flautista los había motivado, pero aún no habían logrado salir del castillo. Cada vez que llegaban al final de un pasillo otro comenzaba, como si fuera un laberinto. Hasta que llegaron a un camino sin salida. Estaban exhaustos y azorados. Los hombres se sentaron sobre los helados adoquines del piso a retomar energía y pensar que pasos tomar. Melody tomó los libros he improvisó con ellos una asiento. La noche había cubierto todo con un manto de oscuridad y silencio. Apenas se oían los sonidos de grillos, sapos y del viento en los árboles. No quedaba más que descansar y esperar la venida del nuevo día.
9
No tuvieron un sueño reparador. Los sucesos del día provocaron pesadillas que los inquietaron el resto de la noche. Despertar no fue su mejor momento tampoco. Al rayar el alba el sonido de una tropa o algo parecido avanzando rápidamente por los pasillos acompañados por chillidos animales los despertó sobresaltándolos. — ¿¡Qué es eso?! — preguntó asustada Melody. —Creo que son con cerdos, bastantes furiosos por cierto. Alguien los está guiando hacia aquí. Debemos irnos, ¡ya!— respondió el flautista.
— ¿Cerdos? — dijo Melody mientras se levantaba de sobre la pila de libros y empezaba a tomar uno por uno leyendo los títulos. —Tal vez tengamos acá la respuesta. Después de todo hemos estado viajando por mundos desconocidos cada vez que empezamos a leer uno de éstos.— afirmó mientras los demás la miraban como si hubiera perdido el juicio ya que no parecía tener sentido lo que decía. Pero antes de que pudieran pedirle alguna explicación se puso a leer con voz fuerte la introducción a “La vuelta al mundo en tres cerditos”
Repentinamente el suelo se abrió debajo de sus pies precipitándolos a una larga caída que terminó con sus asentaderas sobre un pajar en medio de una pradera. Todo allí era luminoso y cálido. Un cielo azul intenso era visitado por algunas nubes aquí y allá. Muy cerca del pajar un camino bordeado de flores llevaba hasta una colina. Detrás de ella se alcanzaba a oír el sonido de las olas golpeando contra las rocas además de una columna de humo blanco que provenía de un hogar.
Se encaminaron hacia el lugar de donde salía el humo con la esperanza de conseguir algo para comer. No tenían agua ni provisiones para recuperar las fuerzas usadas en la lucha con los guardias. Con buen ánimo subieron la colina y al llegar a la cima Melody se sintió sumamente feliz con lo que vio. Reconoció inmediatamente esas maravillosas máquinas de las que les contara su padre en sus cartas, pero el capitán y el flautista estaban desconcertados.
Nunca habían visto nada semejante. Las explicaciones de Melody apenas los estaban conformando cuando aparecieron los dueños de casa. Aquello sí que era más sorprendente que el “aeroplano”, el “automóvil” y el “submarino” que la entusiasmaban tanto. En absoluto esperaban encontrarse con tres pequeños cerdos que los saludaban, caminaban y vestían como si fueran humanos.
Melody ya había visto aeroplanos, automóviles y hasta un submarino de diseño corriente pero jamás de este tipo. Al verlos se reconocía rápidamente que los vehículos copiaban la forma de un puerco, con su nariz roma, las patas con sus pesuñas, el color, y hasta su graciosa cola enrulada.
Con todas las vivencias que tuvo desde que conoció la biblioteca de la casa Linden nada parecía sorprender a la joven. Conversaba con los tres cerditos con total naturalidad sobre los días pasados repasando los relatos de viaje de su padre. Éstos se mostraron sinceramente compungidos cuando supieron que el buen Linden, su amigo y salvador, estaba desaparecido. Inmediatamente empezaron a hacer planes para salir en su búsqueda.
El tamaño de los vehículos no permitía llevar más que un solo acompañante. Así que descartaron la idea de hacer una expedición conformada por los seis. El aviador llevaría a Melody, quien no temía a las alturas. Con la velocidad del aeroplano podrían recorrer más lugares donde el conocimiento de lenguas que ella tenía sería muy útil. En el submarino iría Gulliver, quien sentía gran curiosidad por saber como era viajar bajo ese mar que tantas veces recorriera impulsado por el viento en las velas. Para el valiente flautista le tocó la plaza de copiloto en el automóvil, donde disfrutaría del sol y la brisa en su rostro luego de tanto tiempo encerrado en la prisión.
Los tres prototipos estaban equipados con instrumental muy complejo: brújula, sextante, intercomunicador, sistema de navegación automática, colector de energía, visor nocturno, arpones, sogas, paracaídas, herramientas, mapas y artefactos que nunca podríamos imaginar.
Decidieron hacer una búsqueda en cada punto donde había estado el teniente Linden aunque eso implicara recorrer el mundo. Desde Alaska hasta Madagascar, desde Siberia a la Isla de Pascua eran incontables los caminos, puertos y pueblos que el joven había recorrido. No importaban las distancias ni el tiempo ellos iban a encontrarlo para llevarlo de regreso a su casa.
Melody entregó al Capitán los libros “Alicia y los siete enanitos”, “Cenicienta y el lobo”, al flautista “El traje nuevo de Simbad”, “El soldadito y el diablo” segura que les serían útiles para el éxito de su misión. Ella se quedó con “El patito de plomo” porque le intrigaba el título, mas que por otra razón.
Antes de partir hicieron un pacto prometiendo encontrarse al final de la búsqueda en Wisconsin. Se despidieron visiblemente emocionados por la separación y comenzaron así la más grandiosa aventura en nombre de la amistad, el amor y la lealtad.
Pero contarles sobre eso llevaría mucho tiempo. Ya estoy muy viejo para  seguir levantado a esta hora, así que vuelvan a visitarme en otro momento. Tal vez les cuente más sobre la magia guardada en la biblioteca del Sr. Linden.

FIN (?)

Dedicado a mi hija Ann, con quien me hubiera gustado que viviéramos una gran aventura.


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Título, ilustración y epígrafe pertenecen al libro "Los misterios del señor Burdick",
de Chris Van Allsburg.
Este blog no cobra dinero ni lucra con los textos aquí publicados.

2 comentarios:

  1. ¡¡ Excelente, Justiciero !!...
    La maquinaria de crear mundos imaginarios ha funcionado a la perfección en tus manos, la acción me mantuvo atrapado de principio a fin...
    Me quedo esperando, sí o sí, por la continuación de la historia, que estoy seguro será tan o más genial que lo que termino de leer...
    ¡¡ Felicitaciones !!...

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  2. Muchas gracias Juanito! Disfruté mucho escribirlo y realmente tuve que descartar mucho material para que no sea muy denso. Prometo una continuación en mi blog personal, en varias entregas.

    Un abrazo

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