martes, 20 de diciembre de 2011

OTRO LUGAR OTRO TIEMPO


HISTORIAS EN EL PISO TRECE
Presenta
LOS MISTERIOS
DEL SEÑOR
BURDICK
De Chris Van Allsburg
OTRO LUGAR, OTRO TIEMPO
Si había una respuesta, el la encontraría allí

Escrito por William S, Poe


Tom y Alan y yo, Jim Hawk, nos pasábamos las tardes de verano en la casa de mi abuelo. Él era viejo como todos los abuelos, pero no era cascarrabias ni te gritaba que no pisaras su césped como nuestros vecinos; siempre estaba haciéndonos bromas y contándonos historias. Por eso cuando llegaban las vacaciones, mis amigos y yo nos íbamos a su casa cerca del lago. Era blanca, de madera, la había construido con sus propias manos. Cada año, mientras crecimos, marcaba nuestra estatura en uno de los postes que había en el porche. A lo lejos, la resplandeciente superficie de plata del lago, con aquel renqueante muelle. En los días de lluvia parecía cantar su propia canción de cuna.
El autobús nos dejó delante de la hilera de buzones con las banderitas bajadas, excepto una, con una sonrisa me acerqué y lo abrí. Sabía que dentro estarían los primeros regalos de bienvenida: tres estupendos sombreros de marinero. Sería otro genial verano. Mientras los tres nos colocábamos nuestros presentes, entre risas corrimos veloces por el camino de tierra hacia la casa.


BIENVENIDA

Nuestros pechos repicaban entre cada expectoración por la necesidad de aire, pero no hacíamos caso, corríamos tan veloces nuestras piernas nos dejaran hasta llegar a la puerta. La sombra de la enorme casa nos dio abrigo y como si hubiéramos pasado de  la parte de sol a la cara oculta de La Luna tuvimos un poco de frío. Miré a Tom, y su hermano gemelo Alan; sonreímos y nos colocamos en fila mirando al porche exterior. Respirábamos recuperando el aire. Alan se quitó el sombrero y se limpió el sudor con el brazo derecho. Dejamos los petates en el suelo a nuestro lado, nos volvimos a mirar, sabiendo lo que a continuación llegaba. Nuestras miradas dijeron preparados.

«¡Oh Capitán! ¡Mi capitán! Nuestro espantoso viaje ha concluido;
El barco ha enfrentado cada tormento, el premio que buscamos fue ganado;
El puerto está cerca, las campanas oigo, toda la gente regocijada»

Cantamos todos al unísono con nuestros gorros puestos. A no más tardar, de entre las fauces de la enorme casa, entre la mosquitera y la puerta apareció mi abuelo, Ben Bowman, que así se llama. Vestido con un viejo traje de pirata de esos de las películas como el capitán garfio, sus pasos sonaban en la madera, nos miró con cara de pocos amigos, levantó su espada al sacarla de la funda y gritó:

«¡¡Malditos infelices que venís a romper la paz de mi navío. Sed más sólo la carne de mi sable que os travesará con gusto!!»

Pareció asustarnos pero de entre las sombras de la casa, apareció mi abuela Adelle con su pelo blanco como las coliflores; todos reímos cuando ella nos dijo con tono de pirata brabucón y un parche en el ojo: «Venid marineros, os espera una larga travesía pero probad los manjares antes de partir» En sus manos enguantadas llevaba un plato con tres trozos de su tarta especial de frambuesas. Sonreímos ante el ofrecimiento, a lo que mi abuelo Ben bajó su arma como otrora vencido. Aunque quemaba un poco, los trozos cayeron por nuestras gargantas mientras nos mirábamos unos a otros, desde ese momento empezaban nuestras verdaderas y felices vacaciones.


EL PELIGRO

Para nuestro asombro, la habitación seguía estando igual que todos los años. Se había levantado algo de brisa, la cual hacía mover las cortinas como si un fantasma deseara entrar desde la ventana abierta. Entre los visillos se veía el lago esmerilado danzar al sol del cálido verano. Tres camas, dos en la parte derecha y una enfrente de ellas, reposaban en un suelo de madera. Las colchas eran bordados y quilts que mi abuela y sus amigas habían creado. Estrellas, lunas, cohetes para Tom; Letras, palabras y una máquina de escribir para Alan. Para mí, en la cama de la izquierda, los cuadrados tenían los dibujos de piratas, barcos y todo el ambiente marino… Me encantaba el cuadro en donde un pulpo destrozaba a un barco lleno de piratas barbudos, y como el capitán desde el agua levantaba su garfio. Apenas había poco más, salvo alguna estantería repleta de libros, y una mesa antigua de madera algo ajada delimitando las dos partes del cuarto.
Los tres mirábamos desde la puerta a unos enormes paquetes que reposaban en sendas camas, el abuelo se acercó subiendo las escaleras y quitándose el gorro, detrás de nosotros posó sus manos en los hombros de Tom y de Alan estando yo en medio, nos miró desde su altura y dijo:

«Adelante, abrid vuestros regalos»

Saltamos como gacelas al ver a una leona en plena sabana sobre nuestras camas; tirando en el suelo los petates con la ropa y varias cosas más. Descerrajamos la envoltura de papel para contemplar cada uno de nuestras dádivas; todo acorde con los gustos del destinatario. Tom y Alan tenían una edición de “Cuentos completos de Poe” y “De la tierra a la luna” respectivamente; yo no tenía ningún libro si no la figura de un barco “El Peligro” uno de los últimos barcos piratas, según las historias que me contaba mi abuelo, sus restos con un botín en oro descansan en el lago. Miré a mi abuelo y le sonreí; todos dijimos gracias, sobre todo los gemelos.
Ben Bowman por aquel tiempo no sabría cuántos años tendría, era un anciano muy viejo para nosotros, pero gracias a como era, no como todos los ancianos que conocíamos, lo tratábamos como un igual, su corazón era el de uno de nosotros. Tenía el pelo cano, aunque le quedaba escaso, sólo por los bordes de la cabeza, dejándoselo en una leve melena; sus ojos se escondían muchas veces en los pliegues de sus arrugas, dejándose ver como los eclipses… pocas veces, mas cuando se asombraba y levantaba las cejas. Su voz era lenta y parsimoniosa, instructiva, articulosa en el arte de la oratoria, sus años como profesor la convirtieron en, a veces, quejido.
El pecio que sostenía entre mis manos era hermoso, de completos detalles. Sabía que mi abuelo era el constructor debido a pequeñas «firmas» no sólo su nombre. También figuritas de varios piratas como aquel barbado greñudo que era el temible capitán; o el joven hijo con su sombrero agujereado del anterior gobernante, historia que me encantaba. Como habían dejado en tierra al bribón de William Deveraux después de un intento frustrado de asesinato. De ahí el sombrero con un agujero justo en una de sus alas.
Una frase de la abuela subió por la escalera. Estaba lista la limonada y nos la dejaría en el porche trasero. Mientras desempacábamos todo, mi abuelo bajó para luego encontrarse con nosotros allí, en su mecedora preferida, mirando a lo lejos el lago; preguntándonos como había ido el verano.


EL LAGO

La silla crujía como las ramas de los árboles en una noche tormentosa. Siempre me asustaba de pequeño las sombras que producía en casa aquel viejo y terrorífico árbol. Un día Ben, de visita, por la mañana me puso frente a aquella mole centenaria, dejando que lo tocara, lo sintiera y comprendería que no tenía que temer nada.
Tom y Alan salieron al porche y se taparon los ojos con la mano, el sol les molestaba de estar en el interior. Alan se subió a la balaustrada y apoyándose en una de las columnas de madera abrió su recién estrenado libro y empezó a leer. Tom le secundó con el suyo pero se tumbó en la parte baja del asta. Yo por mi parte me senté cerca de mi abuelo, viendo como el dormitaba. Una mosca se posó en su cabeza, viajó por su cara, los ojos, la mejilla izquierda y la nariz haciendo un leve paseo por los labios. Ni se inmutó.
—¿Cómo ha ido el año, chicos? —dijo abriendo uno de los ojos al marcharse la mosca.
Los gemelos asintieron con un leve mohín prestando atención a sus libros. Yo, me arremoliné sobre el sillón de mimbre con aquellos cojines rosados y me tumbé esperando que mis padres no le hubieran contado sobre mis últimas notas.
—Jim, crees que no me hubiera enterado de tus notas… Vivo en ninguna parte pero para ello tengo el teléfono. No te preocupes queda todo un verano para que tú y yo hablemos sobre esa asignatura.
No tuve más que sonreír, otro adulto, hubiera empezado a hablar y hablar hasta la saciedad sobre la responsabilidad y bla, bla, bla. Pero mi abuelo comprendía que aún éramos niños y debíamos ir lentos en el largo camino que nos tocaba vivir. Disfrutar del trayecto mirando los árboles. Los veranos anteriores los tres los pasábamos en el muelle o en una pequeña barca, pasando la mañana con cañas fabricadas por nosotros mismos, escuchando el silencio del mundo. Como podíamos oír las conversaciones de los peces. Mi abuelo hasta nos divertía haciendo voces, imitando el sonido mojado y acuoso de los peces que se movían cerca de la caña.
Se movió deprisa, como si la mosca le hubiera picado, llenó cuatro vasos de limonada, haciendo tintinear el hielo entre el líquido verdoso y movió las manos en señal de que se acercaran los gemelos. Estos lo hicieron dejando los libros en la pequeña mesa donde reposaba la jarra y los vasos. Se sentaron en el suelo frente a Ben, sabiendo que era el momento de empezar con la primera historia del verano.
—Os contaré la leyenda que reside en aquel lago —, señaló hacia aquella superficie—más allá del hondo y aparente cieno del fondo, reside los restos de uno de los barcos más temidos de todas las aguas —, empezó a contarnos con aquella voz calibrada para el miedo—. Al principio podéis creer que esto es un simple lago, pero no hace muchos siglos comunicaba con el mar. Debido a que era un buen lugar de atraque, el pirata William Deveraux lo usó como escondite para sus fechorías. Creed el miedo que las gentes le tenían que cuando veían la quilla de “El Peligro” había navíos que rendían sus mercancías lanzándose los tripulantes al agua… y antes no todo el mundo sabía nadar—. Nos asombramos de tal descubrimiento, ahora todos sabían, al menos, entre mis amigos; aquellos que no, eran convertidos en tema de mofa y bromas—. ¿Os he contado como era el temido Deveraux? —dijo moviéndose de la mecedora. Se acercó a la puerta y del interior volvió a sacar el sombrero pirata, un parche y un viejo loro de peluche… colocándose todo mientras nos contaba había perdido cada parte —el ojo lo perdió en una timba de póquer en una taberna, no tenía suficiente dinero y sentenció creyendo que ganaría la partida —Ben con voz ronca de pirata mal hablado dijo: «Si pierdo con tales cartas, perderé mi ojo»
Nos sorprendimos cuando mi abuelo hizo con mímica, como Deveraux enseñaba sus cartas, bajó su boca en señal de tristeza y rápido, de su garganta salieron sonidos guturales actuaba el arrancarse el ojo. Estábamos sorprendidos, William “El Pirata” se quitó un ojo por una apuesta allí mismo. Cuando Ben se colocó el parche en el ojo derecho siguió con la historia describiendo la barba negra, los ojos inyectados en sangre y lo más curioso…
—También se le llamaba, “La Muerte Roja” ¿Sabéis por qué? No era únicamente por los cadáveres que iba dejando en sus robos; al revés que otros piratas, él se quitó un diente y no se colocó uno de oro si no un trozo de un rubí. Pero lo interesante, chicos. El trozo de rubí pertenecía a un tesoro español, “La Goleta del Hombre Muerto” que a su vez ese oro fue robado a los indígenas americanos. Y con ello una terrible maldición —. Paró un segundo para dar dramatismo. Nosotros seguíamos expectantes, Tom y Alan sentados con las piernas cruzadas apoyaban sus codos en los muslos, para reposar sus mentones en las manos. Con ojos inquisidores escucharon a mi abuelo—. El no morir nunca—, dijo—William creyó eso y se arrancó el mismo un diente cuando consiguió parte del botín; prohibiendo a todos el robar la más pequeña porción.
Así como hizo con la parte del ojo, se “arrancó” un diente dándose la vuelta para aparecer con un trozo rojo en uno de ellos, sonriendo con su disfraz.
—¿Y bien, qué tal? Seguro que puedo hacerme pasar por el mismísimo Bill “El Pirata” —rió con una carcajada caricaturesca—. Entonces creedme lo que ahora os digo, había una única persona que no temía al ladrón de los mares, como a veces le llamaban y esa persona era… —calló para que alguien dijera algo y como yo era quien más había leído, enseguida salté ante el asombro de mis amigos— ¡La reina española!
—Exacto —dijo señalándome—. Cuando la reina Isabel se enteró de cómo perdía las rutas comerciales, decidió que era hora de que Bill fuera apresado y si no se conseguía su encarcelación, su muerte. Por ello mandó a uno de sus mejores espías para que se infiltrara en su red y al fin fuera apresado. Pero William era listo y cuando descubrió al traidor, le mandó ahorcar del palo mayor. Aunque no había contado con que este, enviaría tan pronto como supiera, el escondite del pirata como noticia a su reina. Y así es como “La Muerte Roja” fue derrotado, barcos en nombre de la reina persiguieron a “El Peligro” por todo el ancho mar, hasta que consiguieron encerrarlo en este lago. Todos deseaban que se rindiera, no tenía escapatoria, decenas de barcos anclaron a las puertas esperando que Bill plegara velas, las armas y dijera dónde estaban todos los botines robados. Pero nadie contó con su astucia, o al menos eso dice la leyenda. Cuando los soldados decidieron entrar, el barco del pirata y él habían desaparecido… Unos dicen que los hundió con todo el botín mayormente plata, por eso siempre luce su superficie de ese color, y otros ni siquiera se lo explican…
Durante toda la tarde mi abuelo nos contó las más bellas peripecias del capitán de “El Peligro” y de cómo perdió su barco. Fue un buen inicio de verano.
—Mañana podremos ir en la barca, chicos… —dijo levantándose pesadamente de la mecedora—hacia el otro lado del lago y os enseñaré dónde se encuentran los restos de su cueva.
Todos nos sonreímos sabiendo que sería un día perfecto.


LA FIESTA

«Qué extraño…» se decían unos a otros «…una fiesta en la cual no hay payasos ni castillos hinchables» Los tres amigos habían venido a aquella reunión con el traje de todos los domingos, esa fiesta aburrida y sosa que los adultos habían organizado. Ninguno de los tres comprendía como el verano había sido interrumpido para hacer aquella fiesta tan rara, sin ser el cumpleaños de nadie en la familia.
El viejo lago a lo lejos presidía como el sol reposaba en su superficie. Había venido gente que ni siquiera los niños conocían. Todos se arremolinan entorno a la casa, grupúsculos de personas hablaban en pequeños coros mientras disfrutaban de la comida; lo único que no gustaba a los niños era la música lenta y pesarosa, junto con la ropa apretada…
—¿Por qué tenemos que llevar esta ropa, mama? —preguntó Jim tocándose la pequeña corbata de nudo ya hecho— me está dando mucho calor—. Los otros niños asintieron.
—Sólo será unas horas querido— Elisabeth Hawk le aplanó la corbata por dentro del jersey y le sonrió dándole con el dedo índice derecho en la nariz, para que este sonriera—. Portados bien y no hagáis travesuras —dijo a los tres niños sentados en una de los bancos colocados en el jardín entorno varias mesas. La señora Hawk se distanció y alejó conteniendo una lágrima. «Por qué estaba mamá tan triste» se preguntaba el joven Jim, tocándose aún la corbata.
—Qué tal si subís un rato a la habitación y cogéis un libro o algún juguete para entreteneros un poco, eh cariño—. Elizabeth  acarició en la cabeza a Jim y sus amigos, segundos después de volver.

De camino hacia la habitación, los tres permanecían asombrados sobre la foto de Ben Bowman, una gigantesca cara colocada en un caballete rodeado de algunas flores. Era mucho más joven y sonreía con aquella sonrisa de dientes perfectos. Intentaron leer que ponía bajo su foto; pero antes de hacerlo, fueron interrumpidos por uno de los adultos al grito de «Adiós camarada, espero que estés en un mejor lugar. No olvidamos lo que nos debes», clavando sobre esta un cuchillo; cuya empuñadura era de oro, en su extremo una pequeña borla roja danzaba lenta, las caras asustadas de los tres niños se reflejaban en la hoja.
—¡¡Por favor podías tener algo más de cuidado!! —aulló James Senior mirando a los niños y quitando rápidamente el arma blanca—. Chicos por favor salid fuera a jugar un poco por ahí—. Cuando se iba a ir Jim fue parado por su padre—. Espera hijo, ven aquí —le dijo colocándose a su altura y sosteniéndose un poco en los hombros del muchacho—¿Qué tal estás, campeón? Siento que el abuelo no pueda estar aquí hoy, pero esta fiesta es en su honor, sé que aún no comprendes, pero deseo decirte que el abuelo está en un mejor sitio.

Los pies de los niños jugaban con el suelo moviendo como un péndulo sus piernas que no llegaban casi al terreno. Se quedaron asombrados cuando del interior de la casa apareció la figura de lo que creían que era el señor Bowman, sonrieron y salieron corriendo en busca de una historia que les quitara el aburrimiento. Pero la persona que apareció no era él; si no un hombre algo más joven que el padre de Jim. Cuando ellos bajaron la cabeza y tornaron tristes sus caras, el joven quitándose el sombrero de marinero, sonrió y se puso en cuclillas.
—¡Vaya recibimiento, chicos! —Movió el interior de su gorra entre las manos—. Soy John Silver —extendió la mano derecha y primero tocó el pecho de Jim diciendo: —Tú has de ser el joven Hawk, mi tío me habló mucho de ti— y el dedo se convirtió en la mano apaisada que el niño apretó mientras se perdía en los ojos azules y la barba pelirroja.
John se levantó y se volvió a colocar el sombrero, cuando el padre de Jim se acercó a este y saludó con la mano. Mirando a los niños antes de hablar, dijo unas palabras leves al oído de Silver y los dos se internaron en la casa, dejando de nuevo a los niños inmiscuidos en sus lecturas aburridas.


TIO SILVER

Nos habían dejado después de la fiesta que pudiéramos ponernos nuestras ropas de verano. Tom y Alan seguían con los pantalones; pero se los habían subido para que no sé mojaran al meter las piernas en el agua acariciándole los pies, en aquel viejo muelle. Con las cañas en espera de que algo picara, vieron cómo se acercaba John.
 —Hoy puede que no piquen mucho, quizás estén tristes… —se sentó junto a nosotros enterrando también sus pies en el cálido agua—. ¿Queréis una historia del temible pirata Bill?
Todos nos asombramos, solo mi abuelo era capaz de contarnos historias. Dudé el preguntar pero al final deseaba saber más: «¿Sabes dónde se encuentra mi abuelo?» John Silver dejó su sombrero de tonos azules, blancos y negros con un pequeño águila en su frontal; sobre el muelle de madera crujiente en cada pequeña embestida de la superficie del lago. «Tu abuelo ha sido secuestrado, Jim» dijo con una expresión dura, abrimos la boca con un temor en los ojos. Tom y Alan se miraron preguntándose qué haría yo. «Tendremos que ir a buscarlo» estaba a punto de tirar la caña y salir corriendo por el muelle, para hablar con mis padres, debían saber algo de todo ello. «No podemos, ha sido apresado por Bill el pirata, desea recuperar su tesoro» Ninguno de nosotros podía creerse que mi abuelo hubiera sido apresado por un pirata que había muerto hace muchos años… «Quizás el tuviera aún una cosa como esta…» De un bolsillo extrajo una enorme lágrima roja finamente pulida, decorada con dibujos de olas y esferas extrañas, exacta como las imágenes de los libros que tenía en mi habitación. Estaba coronada en un dorado engarce en forma de serpiente haciendo un ocho sobre sí misma, con una cadena de plata. «¡La joya!» aullé. Ahora si temíamos que todo fuera cierto. Si nadie nos quería decir donde se encontraba mi abuelito, temían que también él nos buscara. «Chicos, tenéis que hacerme un favor, yo he venido aquí porque sé lo que está pasando» Se reunió entre nosotros tres, para que nadie pudiera oírnos a pesar de estar lejos de toda la concurrencia «Esta joya pertenecía al amigo, compañero y enemigo de William, nadie conocía su nombre pero era llamado por “El Largo”. La encontré hace muchos años en uno de mis viajes por ultramar, chicos y sabed que tiene poderes… Con ello podremos rescatar a tu abuelo» me señaló  mientras la joya brillaba cerca de mis ojos. «Pero necesitamos algo…» sus ojos se acercaron a los míos «Si se han llevado a tu abuelo, eso quiere decir que aún tiene que tener lo que cogió prestado» Pensé que me podía haber dado lo cual fuera importante para un pirata. Pero últimamente no tenía nada relacionado con los piratas, «¿Las cosas del abuelo estaban siendo empaquetadas? La abuela nunca poseyó nada…» pensé, pero mis recuerdos me llevaron a aquella botella, en ella descansaba una versión en miniatura de “El Peligro” rápidos todos subieron siguiéndome hasta la habitación, la gente a nuestro alrededor seguía hablando y asombrándose algunos.
Cuando llegamos a la entrada de la habitación al fondo descansaba el casco de la botella, la noche tras el cristal de la ventana se iba haciendo dueña del día. Pero aún quedaba un rayo de luz que hizo brillar uno de los camarotes del castillo del barco. «Ahí lo tenemos» dijo John con ojos grandes sin parpadeo, se acercó lento hacia la botella y entre los gritos de los tres; estrelló el cristal contra una de las baldas de la estantería. El casco del barco reposaba en sus manos, escorado, varado entre un leve mar de cristales. Ante una réplica nuestra, un siseo nos calló mientras con un movimiento de sus manos, nos enseñó un compartimento secreto, dentro: una llave dorada; pequeña con la forma reptiliana en su parte ancha. Dejó el barco sobre la cama, y sacó su joya, ahora recordaba su nombre “el ojo del destino incierto” sobre ella el engarce que unía esta a la cadena, encajaba perfectamente en la llave minúscula, un leve sonido mecánico y desde el interior rojizo calló una reluciente moneda de oro. «Aquí tenéis un trozo de historia… Un ejemplo de que existe el tesoro de “La Goleta del Hombre Muerto”» nos enseñó a los tres la reluciente moneda. Asombrados escuchamos las siguientes palabras: «Chicos, tenemos que irnos esta noche. Sé que es muy rápido pero recordáis la inscripción… ¡pusieron precio a su cabeza!» dijo guardándose la moneda. «¡Aquel hombre del cuchillo!» dije asustado «Pero entonces para qué es la moneda» habló Alan. «Vamos a pagar nuestro peaje a la isla de Isoboros. Dejadme que os cuente lo que vamos a hacer…»
Todos escuchamos terriblemente atentos la historia. Yo tenía en mi mente a mi pobre abuelo, encarcelado en una cueva excavada en la roca; con barrotes de hierro para que no pudiera salir, helado por el frío. Sin posibilidad de tener contacto con nadie, con los sonidos de la selva que no le dejarían dormir, una enorme barba blanca y sucia y como feroces piratas se acercaban a su prisión para reírse de él, soltándole las sobras de la comida. Mi abuelo las cogería del suelo soplando la arena pegada a las patatas podridas con sus dedos sucios. Asomaría por los barrotes pidiendo agua saliendo de las sombras que le ocultaban en la noche en un rincón. Mientras a lo lejos el barco de William, fondeado cerca de la costa se mecía lento en el agua, con el castillo iluminado, las risas de los borrachos marineros y los cohetes lanzados a su prisión para enseñar el placer que el cautivo no tendría. «Debéis hacer todo lo que os diga al pie de la letra, pues nos encontraremos en el muelle por la noche» Nos explicó toda la historia y el plan que tenía para conseguir que llegáramos a la isla del pirata. Era un experto marinero que en sus viajes había conseguido información importante. John Silver nos ayudaría pero a cambio, él se podría quedar con el tesoro de español. Cerramos el pacto dándonos la mano.
Horas más tarde, nosotros tres salimos de nuestras camas cobijados por la noche. La casa estaba completamente en silencio, fuera la luna refulgía entre algunas capas de nubes, esperando el amanecer. Pertrechados con unas pequeñas mochilas, guardamos lo que creíamos conveniente: la navaja suiza, varios tirachinas y un poco de comida para el camino, sin olvidar la reproducción de “El Peligro” por alguna cosa en mi interior, sentía que nos volvería a hacer falta. Esperamos a John en la oscuridad nocturna alumbrados por el reflejo del satélite que bailaba lento en el agua. Pasaron algunas horas y creímos que no vendría que fue una treta para conseguir aquella llave y la moneda y él ir directo a por el botín. Pero cuando estábamos a punto de volver a casa para dormir y explicar por la mañana el engaño, Silver apareció con una pequeña bolsa de cuero en sus manos. «Creías camaradas que no vendría ¿verdad?» Tom y Alan bajaron la cabeza y jugaron con las puntas de sus zapatos en señal de vergüenza, yo miré mi reloj sabiendo que pronto amanecería, ya sobre el horizonte podría verse los dedos de la aurora, luchando por salir sobre él. «Qué traes ahí como podremos llegar hasta su isla, el lago está cerrado ya no podemos ir hasta el mar…» «Tranquilo, chaval» me acarició el pelo con una sonrisa «Para eso traigo esto» y botó en su mano la bolsa, dentro del interior no sonó nada. «¿Qué es?» dijimos al unísono acercándose los dos hermanos. «El polvo de esa moneda que había en el barco» Silver abrió leve la bolsita y entre los dedos índice y gordo espolvoreó sacando un poco, arena finísima cayó dentro de la ella refulgiendo con luz propia. De nuestra boca salieron unos grandes «Ohhh» sin percatarnos cuando la cerró que los dedos del marinero se tornaron ancianos, amarillos y torcidos como alambres. Al darse cuenta este dijo «Chicos venid y ayudadme con una cosa» Le seguimos hasta su camioneta en cuyo trasera algo estaba cubierto por una enorme sábana. «¡Tachán!» destapó un vehículo de madera cuyas ruedas parecían aquellas chinchetas que tenía para clavar mis dibujos en el muro de la habitación de casa. Entre todos y con algo de esfuerzo llevamos el artilugio hasta cerca del lago, sin saber cómo esa cosa podría ayudarnos «Tranquilos, es seguro lo construí de joven junto con Ben» John sonrió dejando en el suelo varios palos y una enorme sábana.


EN BUSCA DE ISOBOROS

Cerca del lago la noche iba muriendo. Su superficie se tornaba luz,  una pequeña Ahora si temíamos que todo fuera cierto. Si nadie nos quería decir donde se encontraba mi abuelito, temían que también él nos buscara. «Chicos, tenéis que hacerme un favor, yo he venido aquí porque sé lo que está pasando» capa de niebla, colcha perfecta para que los sueños crecieran, iba ocultando la oscuridad. John Silver colocó cerca del agua aquel trasto de madera ante la pasividad de los niños.
—¿Cómo vamos a poder navegar con eso ni siquiera tiene una vela? —dijo Jim.
John unió las astas y palos que había traído en una gran “T” la colocó en centro del artilugio y sacó la bolsita de uno de los bolsillos. Esta vez tenía guantes colocados.
—Vamos a hacer ¡magia! —dijo en alto, soltando una nube de polvo de oro sobre el agua. Esta en calma, no hizo nada, pero minutos después, se agitó como si un caldero hirviendo estuviera debajo, los niños se apartaron un poco acercándose al adulto. Y entre la niebla, la burbujeante superficie, dejó paso a un lejano carril de vía. Ahora todos entendían aquel artilugio era como una pequeña locomotora. Los tres colocaron en la vía aquella cosa. Y sonrientes miraron a lo lejos, perdiéndose la mirada más allá de las nubes que se iban coloreando de rosa, la leve niebla.
—Ahora, subid —dijo Silver. Todos se colocaron y este preguntó: «Jim, seguro que has traído el barco ¿verdad? déjamelo» El chico lo sacó de su mochila y posándolo en las manos del adulto, este lo dejó frente a ellos. «Ahora mirad más magia» echó un poco de polvo sobre las velas soplando lentamente y el tren se movió a su vez. Estaban en marcha.
—Vamos en busca tuya, abuelo —aulló Jim con el viento en su cara cuando la velocidad era cada vez mayor. Todos se agarraron ante la rapidez de aquello.
—Chicos —gritó John vamos a estar pronto en Isoboros y podrán conocer a “El tuerto” él sabrá qué ha pasado con Ben Bowman, no os preocupéis, a mi lado todo se solucionará— y levantó uno de los dedos enguantados, Jim lo miró parecía que no había nada de relleno en el interior, vacío. Muerto. Se imaginó una mano huesuda bajo el guante. John le miró notando sus pensamientos, una tierna sonrisa se marcó en la cara, pero una mirada heladora y tétrica en sus ojos.
«Si había una respuesta, él la encontraría allí» pensaba Jim mientras el viento le helaba la cara. Mirando al horizonte, en su cabeza bullían pensamientos: dónde estaría su abuelo, en la sombra que John proyectaba en su mente, y en la aventura que había empezado. Sentía que ese verano no sería igual, y esperaba que el fuera lo suficiente mayor para luchar contra todo peligro.
A lo lejos, el amanecer, detrás ya no quedaba nada más que la visión de la línea del ferrocarril cortando lo que parecía ya no un lago sino el tremendo mar bravío.




William Sullivan Poe (1814) vivió toda la vida torturado por lo que creía voces de los muertos. Diagnosticado póstumamente esquizofrenia, los estudiosos atan su remedio leve al escribir. Pasó la adolescencia en el psiquiátrico de "Rosefield" licenciándose por carta en la escuela. Su etapa adulta la pasó entre varias universidades, que fue dejando por problemas de su enfermedad, atestimoniando disputas y dejadez por parte del profesorado.
Muerto a la edad de 69 años en la más mísera locura e inmundicia. Atesoró durante su vida más de un millar de escritos. Su editor y amigo, A.J. Brungel le recomendó la escritura de unos relatos por medio de algunas imágenes, de ello nació varios cuentos publicados a su muerte, en 1859, Adicto a la bebida, confabulario de Edgar Allan Poe, del que obtuvo su apellido como homenaje, en sus encuentros discutían sobre la faz del terror. Muchas veces echado de locales junto a su maestro y compañero.


4 comentarios:

  1. Muy bueno, William...
    Mezclaste la realidad con la fantasía de una forma inmejorable y pude vivir la trama, a través de su lectura, como si fuera uno más de los pequeños protagonistas...
    Gran final abierto que, en una de esas, te dé lugar a imaginar cómo viene la 2º parte de "Otro lugar, otro tiempo": con más aventuras, estoy seguro...
    ¡¡ Felicitaciones !! ... Me gustó mucho...

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  2. Me gustó mucho William. Me encantó el vínculo de los niños con su abuelo, y la mágica forma en que emprenden su búsqueda.
    El final abierto es genial, pero voy a estar esperando la segunda parte.
    ¡¡Felicitaciones!!

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  3. Muchas gracias chicos un gusto que os alla encantado... Es lo que más placer me da.

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