martes, 29 de noviembre de 2011

UN EXTRAÑO DÍA EN JULIO

HISTORIAS EN EL PISO TRECE
Presenta
LOS MISTERIOS DEL SEÑOR BURDICK
De Chris Van Allsburg

UN EXTRAÑO DÍA EN JULIO
Lanzó con todas sus fuerzas, pero la tercera piedra rebotó de regreso.


Escrito por Tulio Fernández

Han pasado más de ochenta años y recuerdo  esa mañana de julio como si hubiera ocurrido  ayer. Cierro los ojos y siento el sol cayendo sobre mis párpados, el olor del prado fresco y   húmedo en mis pulmones y el sonido del rio chocando contra las piedras.
En esa época no era la Condesa de Les Fleurs, ni la dueña y señora del Château des roses sino simplemente madeimoselle Antoinette, o "la pequeña dama", como me decía Patrick. Es precisamente de él de quien quisiera hablar, de él y de esa época en que lo conocí.
Trato y no recuerdo exactamente cuándo llegó al castillo. Sé que era hijo de la cocinera, de la obesa y gigantesca Frannie, pero a día de hoy ignoro si nació en Francia o si ellos llegaron  al país a los pocos meses de haber nacido Pat.
Tanto ella como Mark, su esposo, venían de Norteamérica. Cómo nos reíamos de su acento. Dominaban el francés, sin duda, pero siempre con ese dejo gracioso de ese inglés desenfadado y malhablado que hablan en esa tierra de vaqueros.
Fueron muchos los rumores que suscitó la llegada de la familia Smith. Algunos decían que el padre había matado a un indio, otros que era un famoso asaltante de bancos. Todos los cuchicheos, hasta los más alocados, tenían sólo un punto de convergencia: Ellos habían huido de su tierra porque habían cometido un crimen terrible e innombrable.
La mayoría de las habladurías eran invenciones del mayordomo Luís y su hijo, el antipático Napoleón, pues nunca soportaron la llegada de los norteamericanos a quienes veían como una amenaza al poder que ejercían sobre el lugar. Temor completamente falso, porque los Smith nunca tuvieron la intención de quitarle el trabajo a ese par de bellacos que nunca hacían nada útil aparte de beberse las reservas de vino y molestar a las doncellas de la mansión.
Lo que he podido conocer través de los años es que un día la familia se apareció en el Chateau. Mark Smith pidió hablar con mi padre, se encerraron en su viejo despacho y hablaron por varios minutos, luego de lo cual su familia entró a formar parte de la servidumbre. Nunca podré saber de qué hablaron pues todas aquellas personas que podrían decírmelo están muertas o ya se han ido de mi lado.
Rápidamente y sin ningún contratiempo se integraron en las labores diarias de la mansión. No soy poco modesta al decir que a pesar de nuestro linaje y nobleza éramos queridos por los sirvientes, quienes nos apreciaban realmente y no nos temían u odiaban en secreto como tantas veces vi en otras familias.
Durante mucho tiempo no supe nada de los norteamericanos. Es cierto que sabía de su existencia y una que otra vez hablaba con Fran, quien me hacía deliciosos platillos; pero aparte de burlarme de su gracioso acento me mantenía completamente alejado de ellos.  No se podría decir que la culpa fuera falta de interés o antipatía de mi parte, pero en ese tiempo los primeros síntomas de mi enfermedad empezaron a manifestarse y prácticamente el mundo perdió todos los colores para mí.
 

lunes, 14 de noviembre de 2011

ARCHIE SMITH, NIÑO MARAVILLA


HISTORIAS EN EL PISO TRECE
Presenta
LOS MISTERIOS DEL SEÑOR BURDICK
De Chris Van Allsburg
ARCHIE SMITH, NIÑO MARAVILLA
Una vocecilla preguntó: —¿Es él?


Escrito por Adrián Granatto

1


Si les preguntaran a los animales, aves e insectos que habitan el bosque del condado de Bender a qué le temían más, no dudarían en nombrar a Chester Stanton de forma unánime. Cruzarse en el camino de Chester y salir indemne podía considerarse un privilegio o un milagro. Su última víctima había sido un saltamontes al que le arrancó una pata trasera.
La crudeza de los ataques, y la falta de compasión de Chester, logró que los animales decidieran hacer algo al respecto.
—Esto es terrible, amigos —dijo la tortuga—. A este paso, este niño nos va a diezmar. Pasaremos a ser animales al borde de la extinción. Miren a nuestro compañero. —Señaló al saltamontes, que estaba sobre un montículo en la hierba a la vista de todos—. Nunca en mi vida he visto tanta maldad en un ser humano.
Todos asintieron con la cabeza. Si ella lo decía, debía ser cierto. Nadie ponía en duda la longevidad del quelonio y su sabiduría, aunque muy pocas veces ambas van de la mano.
—Debemos tomar una determinación —siguió hablando la tortuga—. El bosque es salvaje, sí, pero esto es inadmisible. Este niño goza torturándonos. —Hizo un silencio meneando la cabeza negativamente—. ¡Ni siquiera es por comida que lo hace! —gritó con furia —. Eso podría ser comprensible hasta cierto punto.  Después de todo, uno debe buscar su sustento.
—Como si alguien fuera a salir a buscar a una tortuga vieja y dura para comerla —musitó un conejo a su compañera.
—Te oí —lo amonestó la tortuga—. ¿Nunca escuchaste hablar de la sopa de tortuga?
—No me vas a comparar una sopa de tortuga con un conejo a la cacerola —dijo el conejo—. Seamos serios.
—Basta —dijo un faisán poniendo fin a la discusión—. Nos reunimos aquí para buscarle una solución a un problema que nos perjudica a todos, no para bromear. Nuestro amigo el saltamontes se ha librado de una buena, pero otros no han tenido esa suerte. Recuerden a la lagartija y lo que sucedió a continuación.
El conejo y la tortuga bajaron la cabeza, avergonzados. Pensar en la lagartija era muy doloroso. Su muerte tuvo lugar solo siete semanas atrás. Chester la atrapó cuando estaba tomando el sol sobre una piedra plana. Primero cortó su cola y esperó que le creciera otra, como le habían contado en la escuela. Como comprenderán, eso no sucedió y Chester se enojó mucho. Así que tomó a la lagartija y le hizo un tajo todo a lo largo del vientre y la dejó en la piedra. Se alejó unos metros y se sentó a esperar. Al rato bajó un halcón, picoteó dos veces a la lagartija y se la llevó volando.
Chester quedó fascinado.
A partir de ese día destripó a varios animales, dejándolos a merced de los carroñeros. Consiguió una de esas cámaras de fotos que se revelan en el momento y retrataba el instante en que se devoraban a las vírgenes. Así llamaban a las muchachas que ponían en las piedras de sacrificios, y así llamaba él a sus victimas. Lo había oído en una película y se le quedó. Siempre sacrificaban vírgenes. Tal parecía, los Dioses quedaban mucho más conformes con ellas. No sabía que significaba, pero le agradaba la palabra.
—No sé que clase de padres le regalan a sus hijos una navaja —reflexionó el faisán.
—Unos padres enfermos —croó una rana desde la orilla del estanque. Su esposo había sido el tercero de los sacrificados. Ella observó todo detrás de unos juncos.
—¿Y qué podemos hacer? —preguntó una ardilla.
—Bueno —dijo la tortuga volviendo a tomar las riendas del asunto—. Tal como lo veo, la única forma de ponerle punto final a esto es darle a ese muchacho una lección que nunca olvide.
—¿Qué tipo de lección? —quiso saber el conejo.
La tortuga sonrió y las arrugas de su rostro se acentuaron, dándole un aspecto de abuelo bueno, un abuelo que llega a visitar a sus nietos con los bolsillos repletos de golosinas.
—Una horripilante lección —dijo sonriendo aún más.

martes, 8 de noviembre de 2011

Bienvenidos


El ascensor se ha detenido, las puertas se han abierto. Ya no hay salida. ¿Te animas a cruzar el umbral?
Este es el piso trece, donde las cosas… no son lo que parecen.
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