martes, 27 de diciembre de 2011

HUÉSPEDES SIN INVITACIÓN

HISTORIAS EN EL PISO TRECE
Presenta
LOS MISTERIOS DEL SEÑOR BURDICK
De Chris Van Allsburg

 
HUÉSPEDES SIN INVITACIÓN

Su corazón latía desbocado
Estaba seguro que había visto girar el tirador de la puerta.

Escrito por Sebastián Elesgaray


1

Que porquería de mundo.
El pensamiento cruzó veloz por la mente de Ivrin, como un rayo surcando unos oscuros nubarrones. Pero en lugar de iluminar, el efecto que suscitaba era como el de un golpe, una revelación que acentuaba la negrura y la desesperación en la mente del enano.
No era justo. Él había vivido en ese lugar durante casi diez años y ahora, de la nada, aparecían personas a usurparle su vivienda. Claro que en principio no había sido totalmente suya, pero el tiempo y el esfuerzo que había puesto Ivrin en reconstruir y mantener los cimientos del lugar, lo hacían un propietario espiritual, una condición más que valorable en un mundo que cada día estaba peor.
Sin embargo, lo que más le molestaba, era la impunidad. La falta de escrúpulos a la hora de desplazar al pobre enano cada vez a un rincón más oscuro y apartado de la casa. Ellos, las personas, los residentes invasores, habían decidido quedarse, infundiendo miedo al pequeño Ivrin, que no tenía más opción que ir escondiéndose cada vez más.
Ahora estaba en el sótano. Peor aún, estaba en la baulera del sótano, un lugar húmedo y oscuro, sin ventanas ni entrada de aire fresco. Allí dentro no había casi nada. Unas mantas raídas y apelmazadas de mugre, un par de botellas vacías, algunas maderas y nada más.
Sabía que estaba seguro allí, porque la puerta estaba hecha exactamente a su medida, era pequeña y los residentes invasores no cabrían por allí. Sin embargo, ese no era un consuelo suficiente para el corazón del enano, que consideraba una burla el tener que esconderse en su propia casa.
Sentado en un rincón, Ivrin tomó un pedazo de madera, casi tan largo como él, y comenzó a manosearlo. La cabeza le daba vueltas, ya que en solo dos días, había tenido que replantearse toda su vida debido al abrupto cambio sobrevenido.
Con parsimonia, movió sus dedos por la madera, sintiendo su textura. Algo iba a tener que hacer. No sabía bien como lidiar con eso. No tenía amigos, su familia se había ido hacia tiempo y los de su raza, cada vez eran menos. Ivrin siempre se jactaba ante sí mismo por la enorme suerte de haber encontrado una residencia lejos de todo, para poder armar su vida en tranquilidad ante los últimos cambios que habían sobrevenido a su tierra.
Sin embargo, parecía que ahora iba a tener que lidiar con un problema de gravedad que amenazaba con aniquilar su estilo de vida tal como lo conocía.
En eso, se oyó un ruido. Alguien abría la puerta del sótano y bajaba por las escaleras.
Ivrin se puso en tensión enseguida, cavilando que ya era hora de terminar con el asunto. Esconderse no era una solución. De una forma u otra, tenía que enfrentar a sus invasores.
Sin embargo, aguardó.
Precipitarse no sería adecuado.

martes, 20 de diciembre de 2011

OTRO LUGAR OTRO TIEMPO


HISTORIAS EN EL PISO TRECE
Presenta
LOS MISTERIOS
DEL SEÑOR
BURDICK
De Chris Van Allsburg
OTRO LUGAR, OTRO TIEMPO
Si había una respuesta, el la encontraría allí

Escrito por William S, Poe


Tom y Alan y yo, Jim Hawk, nos pasábamos las tardes de verano en la casa de mi abuelo. Él era viejo como todos los abuelos, pero no era cascarrabias ni te gritaba que no pisaras su césped como nuestros vecinos; siempre estaba haciéndonos bromas y contándonos historias. Por eso cuando llegaban las vacaciones, mis amigos y yo nos íbamos a su casa cerca del lago. Era blanca, de madera, la había construido con sus propias manos. Cada año, mientras crecimos, marcaba nuestra estatura en uno de los postes que había en el porche. A lo lejos, la resplandeciente superficie de plata del lago, con aquel renqueante muelle. En los días de lluvia parecía cantar su propia canción de cuna.
El autobús nos dejó delante de la hilera de buzones con las banderitas bajadas, excepto una, con una sonrisa me acerqué y lo abrí. Sabía que dentro estarían los primeros regalos de bienvenida: tres estupendos sombreros de marinero. Sería otro genial verano. Mientras los tres nos colocábamos nuestros presentes, entre risas corrimos veloces por el camino de tierra hacia la casa.


BIENVENIDA

Nuestros pechos repicaban entre cada expectoración por la necesidad de aire, pero no hacíamos caso, corríamos tan veloces nuestras piernas nos dejaran hasta llegar a la puerta. La sombra de la enorme casa nos dio abrigo y como si hubiéramos pasado de  la parte de sol a la cara oculta de La Luna tuvimos un poco de frío. Miré a Tom, y su hermano gemelo Alan; sonreímos y nos colocamos en fila mirando al porche exterior. Respirábamos recuperando el aire. Alan se quitó el sombrero y se limpió el sudor con el brazo derecho. Dejamos los petates en el suelo a nuestro lado, nos volvimos a mirar, sabiendo lo que a continuación llegaba. Nuestras miradas dijeron preparados.

«¡Oh Capitán! ¡Mi capitán! Nuestro espantoso viaje ha concluido;
El barco ha enfrentado cada tormento, el premio que buscamos fue ganado;
El puerto está cerca, las campanas oigo, toda la gente regocijada»

Cantamos todos al unísono con nuestros gorros puestos. A no más tardar, de entre las fauces de la enorme casa, entre la mosquitera y la puerta apareció mi abuelo, Ben Bowman, que así se llama. Vestido con un viejo traje de pirata de esos de las películas como el capitán garfio, sus pasos sonaban en la madera, nos miró con cara de pocos amigos, levantó su espada al sacarla de la funda y gritó:

«¡¡Malditos infelices que venís a romper la paz de mi navío. Sed más sólo la carne de mi sable que os travesará con gusto!!»

Pareció asustarnos pero de entre las sombras de la casa, apareció mi abuela Adelle con su pelo blanco como las coliflores; todos reímos cuando ella nos dijo con tono de pirata brabucón y un parche en el ojo: «Venid marineros, os espera una larga travesía pero probad los manjares antes de partir» En sus manos enguantadas llevaba un plato con tres trozos de su tarta especial de frambuesas. Sonreímos ante el ofrecimiento, a lo que mi abuelo Ben bajó su arma como otrora vencido. Aunque quemaba un poco, los trozos cayeron por nuestras gargantas mientras nos mirábamos unos a otros, desde ese momento empezaban nuestras verdaderas y felices vacaciones.

martes, 6 de diciembre de 2011

EXTRAVÍO EN VENECIA

HISTORIAS EN EL PISO TRECE
Presenta
LOS MISTERIOS DEL SEÑOR BURDICK
De Chris Van Allsburg

EXTRAVÍO EN VENECIA
Aún con sus potentes motores en reversa, el trasatlántico fue arrastrado más y más en el canal.


Escrito por Laura de la Rosa


1

Mientras ella descansaba en su pupitre, la cucaracha se adueñaba de la clase.

 
Cuando comenzó el final de esta historia, en el momento que se decidió ponerle fin a esto, Lucia llevaba tres años en el internado de Venecia, una institución religiosa de nivel medio que sus padres buscaron cuando los problemas de la niña no podían ser escondidos por más tiempo. Si bien no era lo que había soñado para su adolescencia, era lo más parecido a la libertad que podía pedir. Allí nadie estaba pendiente de ella, como últimamente en su casa. En ese lugar era una alumna más a la que nadie tenía en cuenta. Cuando sus padres sugirieron la idea de llevarla no se opuso porque pensó que en ese sitio podría llegar a entender la revolución que tenía en su cabeza, la que comenzó esa tarde cuando descubrió que podía controlar a las cucarachas.

~~~~~~~~~~

Caminaba rápida y sigilosa por el alfeizar de la ventana, cuando la hermana Raquel se le acercó. 
—Ustedes saben niñas que las cucarachas —comenzó a decir con su voz chillona— pueden sobrevivir la disección quirúrgica estéril de la cabeza durante un largo período, especialmente si se han alimentado en el último tiempo, pero naturalmente son incapaces de alimentarse y mueren al cabo de unas pocas semanas por inanición.
A Lucia le molestaba la cantidad de adverbios que su profesora usaba para explicar. La ponía nerviosa que repitiera tanto las palabras cada vez que hablaba de algún tema. Sin embargo, el día de hoy le interesaba lo que estaba contando. 
—Las cucarachas son prácticamente ciegas y utilizan sus antenas para detectar vibraciones, cambios de temperatura y humedad.
Lucia la miraba caminar, se sonreía, y miraba las caras de asco de las compañeras mientras la docente contaba entusiasmada lo que sabía. 
—Las cucarachas han cambiado muy poco desde que aparecieron en el carbonífero, hace unos 300 millones de años.
Se encontraba con los ojos fijos en ella, desplazándose de aquí para allá.
—Las cucarachas mueren boca arriba porque contraen sus patas, de forma que se desequilibran y finalmente vuelcan.
Los ojos de derecha a izquierda, perdida en sus patitas negras.
—Las cucarachas tienen como mecanismo de defensa la capacidad de simular la muerte para escapar de algún peligro que las aceche.
Estas últimas palabras de la profesora se acompañaron de un golpe seco sobre la ventana. No sé si quiso hacerlo o fue pura casualidad, pero la cucaracha terminó aplastada por su mano regordeta.
—Noooo…
Lucia no podía creerlo. Si hubiera intuido que la hermana iba a hacer algo parecido, le hubiera pedido que se vaya. 
Su “noooo” se perdió entre las muestras de asco de las chicas y de su profesora, que corrió a la mesa para limpiarse con un tisue y tirar los restos del bicho al cesto. Cuando la campana sonó, salió rumbo a su celda, angustiada por no haber podido hacer nada.
Ya sentada en su cama, tomó del cajón su cuaderno de notas y empezó a garabatear mientras su mente se perdía por ahí.
Todo está mal aquí, pensó. ¿Por qué matarla?, si no estaba haciendo nada malo. Caminaba por la ventana, estaba perdida, extraviada, algo atontada por los venenos que ponen en este lugar. No estaba ensuciando, no había comida. Solo caminaba. 
Lucia venía evidenciando estos fenómenos de forma sistemática. Era frecuente verla sentada bajo un árbol o en alguna plaza dibujando imágenes extrañas, o tratando de explicar algo que ella misma no entendía. Sus pensamientos volaban a situaciones lejanas o se fijaban en un pensamiento que repetía mil veces sin poder llegar a ningún lado. Dos ideas la tenían más preocupada: por un lado, el no poder entender el por qué de su don; y el segundo, la obsesión que tenía por la decadencia de Venecia. Sabía internamente que los dos temas se unían en alguna parte, pero aun no encontraba el nexo conector entre ellos.
Antes de contarles como sigue esto, me gustaría poder describirles lo que Lucia pensaba de Venecia.
Todo en esta niña tiene un toque de obsesión. Si dibuja, es la más detallista; si limpia, no deja ningún recodo sin brillar; si estudia, es la mejor alumna. Así fue como al poco de comenzar en esa institución tuvo que enfrentarse al estudio y la investigación de un proceso que históricamente se llamó la decadencia de Venecia. Comenzó leyendo, recorriendo la ciudad, hablando con profesores, buscando datos, hechos. Y tras ese recorrido de imágenes e historia comenzó a sentir una angustia particular. No dormía, no comía, pensaba todo el tiempo en eso. Por las tardes, cuando lograba escaparse de su celda y pasar los perímetros del internado, se acercaba a algún muelle cercano a ver pasar las góndolas, recorría con la mirada los puentecitos, y vivenciaba la caída de este imperio. Una ciudad que fue el centro del comercio mundial y con el puerto más importante del mundo en el siglo XV, que tenía los mejores palacios decorados por artistas como Veronese y Giorgiane, hoy se encuentra en la decadencia pura. Es una ciudad deslucida que perdió el esplendor de antaño. Es la que debe soportar las inundaciones diarias que en gran parte del año ven desaparecer la Plaza de San Marcos. Lucia admiraba a su ciudad. Saber que su lugar había sido lo que fue y verla hoy destruida por el paso del tiempo, lúgubre. Era consciente que Venecia se caía, día a día y sin embargo nadie hacía nada para recuperarla. Cuando presentó la investigación para su clase, su maestra dijo algo que no pudo olvidar:
—Lo bizantino, lo gótico, lo renacentista que tiene esta ciudad se alza sobre podridos pilotes. Para que Venecia vuelva a ser lo que fue, abría que construirla de nuevo.
Dicen que la memoria es selectiva. De esa frase Lucia solo registró el final: habría que construirla de nuevo. Y para eso primero debería destruirse. 
 “Llegó el momento de hacer”, escribió Lucia entre sus notas, esperando que las letras cobren vida.
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