martes, 24 de enero de 2012

LA ALCOBA DEL TERCER PISO

HISTORIAS EN EL PISO TRECE
Presenta
LOS MISTERIOS DEL SEÑOR BURDICK
LA ALCOBA DEL TERCER PISO

  Escrito por
Liliana Norma Cavallo Segal

I
Carina salió del consultorio convencida de que su problema iba a poder solucionarse pronto. Su alegría inmediata la hizo doblar sorpresivamente por Juncal y se ayudó las ganas de comer un bocadillo que había comprado una hora antes y lo llevaba guardado en el bolso. Estaba rico, peceto, lechuga y tomate con pan blanco. Terminaba de saborear el último bocado y comenzó a llover. Dobló por Salguero y Beruti, vio una pizzería italiana pero no quiso refugiarse allí, prefirió seguir caminando. La lluvia intermitente la obligó a correr y saltar por las veredas evitando los charcos. Vió una rotisería y entró. Pidió un bollo de acelga, “Seis pesos, ¿lo caliento?” “Sí” La empleada puso el bollo en el microondas y ella solicitó un imán publicitario del local, como si viviera por la zona. La lluvia comenzó a ser muy potente. Carina siguió caminando rápido, sin rumbo fijo, subiendo por Salguero, cruzando Avda. Santa Fe. El agua tibia de octubre limpiaba sus dudas. Sonreía casi feliz, tomaba del envoltorio grasiento pequeños trozos del bollo de acelga gigante, quemándose los dedos.”Uf! ¡cómo calienta ese microondas!”.  Llegó a la Plaza de Mansilla, frente a la Iglesia de Guadalupe, cuando el olor del papel y sus manos le sabían a pescado y aceite rancio. “¡Qué! ¿Habrían freído ese bollo dentro del mismo aceite que los filet de merluza?” Con un gesto de asco tiró el envoltorio y limpió sus manos con alcohol en gel.
La Plaza estaba desierta, ese vacío de niños y de perros jugando, sumado a su propio cansancio por haber caminado tanto y el desagrado de haber comido cualquier cosa por la calle, le hizo recordar la tristeza básica de su pobre vida solitaria, en esa ciudad sin luz, donde nadie la estaba esperando. Miró a su derecha, la Iglesia estaba cerrada. Cruzó y se decidió por la lujosa confitería de la esquina de Salguero y Mansilla.
 Entró como turista, jugando a que todavía vivía en París.  Se sentó en una mesa donde podía ver a todos los demás y pidió un cortado largo con leche, lo más parecido al caffe au latte.  La pareja sentada a su lado tenía cara de velorio, hacían muchos llamados cada uno por su móvil, y en una de esas conversaciones que ella escuchaba sin querer debido a ese típico estertor con que hablan los argentinos, se enteró que viajarían a España. “mmm Madrid en octubre…” recordó.  Sacudió la cabeza borrando viejas tristezas y decepciones.  Cuando la pareja se levantó para retirarse notó que habían dejado las masitas de cortesía en la mesa, estiró disimuladamente el brazo y con la adrenalina de un ladrón de bancos sacó una masita del plato y se la llevó entera a su boca, le sabió mal, mientras se atragantaba pensando que todos la habían notado.  Llegó enseguida la moza portando su cortadito, que bebió de a pequeños sorbos para estirar el tiempo hasta que dejara de llover.
Se entretuvo mirando a la gente del lugar. Fantaseando con la soledad ajena para olvidarse de su propia soledad. Le llamó la atención un hombre que cenaba solo sentado contra el escaparate de la esquina. Fue ahí que miró por primera vez la ventana del edificio antiguo frente a la plaza.  Tenía un cartel que decía “Alquilo habitación temporal”.  Terminó su café, hizo un gesto con su brazo derecho, llamando a la moza, esperó ansiosa hasta que llegó su cuenta, pagó rápido y sin dejar propina cruzó la calle.
 Al momento de pararse frente al portón de la ochava un frío le corrió por el estómago. ¿Era ese el lugar que quería para pasar una temporada en Buenos Aires? Por su cabeza aparecieron como un slide las esquinas del Barrio Latino de París y las del Gótico de Barcelona, así como el Portón del Pasaje de la Piedad de Congreso.  Una sensación de pertenencia a su “mundo rata de ciudad” le dio la certeza suficiente para tocar el timbre y esperar. Otra vez había encontrado una lúgrube esquina donde empalagarse de melancolía. Nadie la recibió. Era tarde. Casi las once de la noche. Escribió una pequeña nota con sus referencias y puso dentro unos cuantos billetes para señar la habitación.  Caminó otra vez feliz hasta la parada del colectivo que la llevaría a Floresta.
II
Dejó pasar unos días luego que señó la habitación. Cuando llegó el llamado esperado, con la aceptación de sus referencias,  preparó sus cosas en una pequeña maleta.  Se despidió de sus tías con tristeza, sabía que la iban a extrañar. Trató de justificar esa pronta mudanza.  “No, tía Cora, es sólo por un tiempo, nomás”  “Sí, tía Marta, voy a llamar todos los días”  “Prometo venir a visitarlas en cuanto me instale”.  Salió perpleja, subiendo al taxi con una extraña sensación de libertad y alivio, mezclada con incertidumbre al sentir que no pertenecía a ningún lugar.
Ya dentro del taxi llamó desde su móvil a la encargada, para anunciar su llegada. Cuando arribaron, vio a la mujer canosa, esperándola en el portón de la ochava. Fue una bienvenida cordial y amable, pero igual tenía la sensación que esa señora la estaba “estudiando”. Pagó el taxi dejando una generosa propina para que el buen hombre le subiera la maleta por la escalera sin descanso de más de veinte escalones.  Llegaron hasta es pallier. Impoluto, brillante como un diamante en bruto. Planta a la izquierda, espejo a la derecha, de esos antiguos donde se dejaban el sombrero y el paraguas. El taxista dejó la maleta en el piso y salió sin despedirse, había dejado mal estacionado el auto, pero la propina generosa lo valía.  Entraron las mujeres y Carina sintió otra vez ese frío en el estómago.  Fueron directo a la puerta de la habitación rentada.  El aroma a naftalina y lavanda impregnaba el ambiente.  La vieja abrió la ventana sin cortinas y la luz del sol de la mañana inundó el lugar. Un roperito a la izquierda, una cómoda en la pared opuesta a la ventana y una cama de plaza y media de caoba, cubierta con una sábana.  A  Carina le llamó la atención el empapelado, color lavanda, con pintitas blancas a la manera de pequeñas gaviotas. Caminó hasta la ventana y con asombró pudo ver desde allí la plaza, la iglesia, la confitería.  Del frío en el estómago pasó a un calorcito en el pecho. Parecía casi un hogar. Miró a la vieja pensionista y ésta le sonrió como si entendiera. 
 -Sí, Señorita, sé lo que siente, esta era  mi  habitación.  Cuando yo  era  jovencita ésta era una esquina de categoría.  También fue la  habitación  de  mi  madre,  incluso de mi abuela.  Esta  mansión pertenece  a  mi  familia.  Aquí  fui  muy  feliz y  también  muy desdichada.  En fin. Así es la vida…¿no?”
 -Sra, -dijo Carina- a pesar de mis juventud, yo también sé qué es recordar con añoranza momentos más felices.
 -Creo que ambas compartimos la melancolía de la orfandad, si no me equivoco… contestó la vieja mirándola de soslayo y con ternura.
 -Es muy probable- contestó Carina bajando la cabeza.- Señora, ¿puedo traer un televisor?- siguió cambiando vertiginosamente de tema.
 -Sí, ¡cómo no!- Contestó la vieja mientras preparaba la cama, sacando las sábanas y el cubrecamas dentro del viejo roperito. –Por ahora le ofrezco este juego de cama humilde, así como las cortinas de voile que tengo en la baulera abajo. Si prefiere decorar la habitación a su gusto, puedo retirarlas.
 -No, no! Como Ud. diga está bien. Disculpe, ¿cómo dijo que se llama Sra,?
 -Sra. no!, Señorita! –contestó con énfasis exagerado- creí habérselo dicho, me llamo Eusebia Gonzalez Garcia del Ponce y Carril.
 -¡Guau! ¡Cuánto apellido! – contestó la muchacha.
 -Seeee, antes era sinónimo de pedigree… ahora es sólo fastidio- contestó con sorna.- A mí me gusta llamarme Eusebia del Carril.
 -Pues bien, Sra del Carril… me recuerda a Hugo… el actor.
 -Sí, si! Eramos primos hermanos, pero lejanos, apenas lo conocí en mi infancia.
 -Ja! Ya me lo decía.
 - Bien, Señorita, vamos a la organización del Hotel. Como verá esto funciona como una pensión familiar. Usted paga la habitación y eso incluye desayuno y cena. El desayuno es a las siete y la cena a las ventiuna.  Si le apetece cenar antes o desayunar despues, Ud me da aviso y le dejo preparada una vianda.  En general las personas que viven aquí son mayores, como yo, y por supuesto muchos cenamos a las veinte. Si Ud. prefiere prepararse su propia cena, puede hacerlo en la cocina, que es compartida. Puede utilizar también un estante de la nevera. Sin embargo las reglas son precisas, debe al menos compartir una de las comidas, es para conservar el ambiente familiar. ¿Ud. me entiende verdad?
 -Si, Señora, claro que la entiendo y estoy agradecida. Me agrada el ambiente familiar…
 -Bien, ¿existe algún postre que prefiera?
 -Ah! Sí, recuerdo la crema de sabayón con isla flotante de merengue que hacía mi abuela… contestó sincera y sin prejuicios.
 -Bien, Señorita, los viernes prepararé ese postre, para acompañar  el caldo de verduras y la tarta de puerros, reemplazando el flan que servía, tiene casi los mismos ingredientes.
 -Mmm paso con la tarta.
 -Ja! Ja! No se preocupe. Hago variedades de tartas que conservo en el freezer, podemos reemplazar la suya.
 -No hay problema!  Prefiero comer pan de ayer antes que cocinar.-  Rio contenta Carina, presintiendo una etapa tibia en su vida, con aroma a sopa y tostadas.
 -Srta, espero no se importune por lo que voy a decirle, Ud me recuerda mucho a mí en mi juventud, a mi tampoco me gustaba cocinar.
 -¡Claro! ¡para qué hacerlo si se vende comida ya hecha! Ja jaja-
 -Bueno, la dejo para que pueda desempacar. ¡Hasta mañana! Y ¡Buenas noches!
 -¡Buenas Noches!
III
 Trató de acomodar su ropa antes de dormir pero no pudo. Estaba muy cansada. Comenzaba a llover otra vez, una tenue brisa entró por la ventana, entornó las persianas y se tendió en la cama aún vestida. Cerró los ojos y entró en un sopor parecido al sueño. Cualquiera que la observara podía afirmar que efectivamente estaba dormida pero los movimientos de los pies y las manos, así como los párpados y la boca, daban al menos una especie de duda, de inquietud. Los cabellos se erizaban por momentos. Todo indicaba que estaba sumida en una pesadilla.
 Por la mañana despertó agitada. Tomó su cuaderno de notas y escribió hasta que se le acalambró la mano. Por indicación de su siquiatra debía describir con detalles sus sueños y este había sido muy particular.  Bajó a desayunar. Era la primera. La Srta. Eusebia se puso muy feliz al ver que la chica nueva era tan madrugadora. La mesa estaba servida para ocho comensales. Carina se sirvió te negro con unas gotas de crema, cuatro tostadas y queso cottage. Se sintió sorprendida al ver un servicio tan ordenado, pero más la animó ver que había cosas de su preferencia. Sin embargo no se percató que la anfitriona había colocado el menú exacto de su desayuno habitual.
 Salió a las nueve puntual, luego de tomar una ducha y peinarse de una manera diferente, con el cabello prolijamente recogido, separando algunos mechones sobre su frente y su cara. Caminó hasta Avda. Santa Fe y se decidió por el subte para llegar hasta el Centro. Debía concretar la beca que le otorgara la Academia Francesa, entregando la constancia de su master hecho en París el año anterior y pretendía solicitar otra para el año próximo. Luego de la entrevista, tuvo la certeza de que le iban a negar la segunda beca, o la desestimarían, por no haber presentado la tesis en término.
 Embriagada en la más típica de sus melancolías caminó hasta Perú y Avda.de Mayo, siguió hasta el Cabildo y cruzó. La plaza de Mayo estaba atestada de turistas, vendedores ambulantes y gente protestando, además de las molestas palomas. Cruzó hasta la confitería de la esquina y pidió café con un vaso de hielo. Sentada en la vereda norte miraba el sol caer por la calle Hipólito Yrigoyen, detrás del campanario del Cabildo.
 Con la mirada perdida recordaba los paseos por el Montmatre y la Catedral de Sacre Coeur, de la mano del chico argelino que parecía la encarnación del Mago Baltazar o mejor dicho el hijo del Mago. A diferencia de las otras chicas argentinas no se había entusiasmado con las insulsas pieles lavadas de los franceses y prefirió el chocolate amargo de ese hermoso varón, con quien también compartía el estudio y por eso demorarían tanto en completar la famosa tesis.
 Cuando los gemidos dejen de ser guturales o el amor sensual pueda describirse en palabras de diccionario académico, quizás entonces una pareja entre una estudiante argentina y un pasante argelino puedan no demorarse en escribir. El amor no es palabra sino abrazos y piel encendida, miradas tiernas y sonrisas atrevidas. Ningún idioma puede describir el sentir elocuente de dos cuerpos que se funden y sienten que toda la vida habían estado buscándose.  Pero todo tiene un final, todo termina.  Cuando finalizó el idilio con Aarón pudo dedicarse a la tesis entre lágrimas y suspiros, compadeciéndose de su suerte al enterarse que él se casara con la prometida que su familia había elegido.
 Si su tesis hubiera sido de Sociología la habría finalizado en un día. Pero era de Idioma Francés. No podía mezclar las cuestiones religiosas o raciales en un teorema de frases, donde debía analizar el origen de las palabras desde el románico, y no el origen de la lucha por concretar el amor dos personas de diferente estracto social, religioso y racial.
 Sacudió su cabeza para despabilarse. Ya era tarde y no quería perderse la cena con sus compañeros de pensión. Entró al subte en la estación Catedral y bajó en Bulnes. Salió por Avda. Santa Fe y siguió hasta Avda. Coronel Díaz y Mansilla. Otra vez Paris… esa avenida tranquila y llena de gente tomando algo en la vereda.
Estaba condenada a ser turista en su propio país. Cuando llegó habían casi terminado de cenar.
 La Señorita Eusebia la presentó a todos, un grupo de vejetes pálidos y grises, insignificantes, que la miraban de soslayo, como si fuera la aparición misma de la Virgen María en una Sinagoga. Tomó la sopa en silencio, rechazó la tarta, cuando todos iban por el café ella prefirió postre. Hablaron del tiempo y los aumentos, sin contar nada personal. Mejor. A eso de las diez, Carina iba a su dormitorio, con un tazón de leche tibia con miel y canela, que preparó ella misma mientras ayudó a la Srta Eusebia a poner los platos en la lavadora.
 Entró en su habitación, olía a nardos y fresias. Miró instintivamente hacia la cómoda y vio un pequeño ramillete de esas flores preparado prolija y decorosamente, colocado en un pequeño jarrón azul sobre una carpetita tejida al crochet. Una ráfaga de viento húmedo entró por la ventana y vio las cortinas colocadas primorosamente con un moño azul. Otra vez la lluvia de octubre bañaría sus sueños.
 Se decidió por el camisón blanco, con mangas. Estaba fresco y quería dormir con la ventana abierta. Notó que las sábanas habían sido cambiadas. El aroma a almidón la invitó a dormir pronto. Apenas apoyó la cabeza en la almohada ya viajaba por los profundos mares de su subconciente. 
IV
 A la mañana siguiente escribió en su cuaderno:
 “Leticia esperaba junto a la ventana a su padre y su hermano. Mientras escuchaba los ruidos que hacía la muchacha en la cocina. El olor a sopa invadía toda la estancia. La entretenía mirar a las Señoras entra a la Iglesia, frente a la plaza. Por primera vez en mucho tiempo pensó en su madre. Su ausencia, el no poder ir a la Iglesia junto con ella como todas las tardes a rezar el Rosario.
 Acomodó su tejido sobre la mesita de luz junto al sillón y fue a la biblioteca. Comenzó a elegir un libro para leer en la cena. Era viernes, en unas horas comenzaría el sabbat y a su padre le agradaba que ella leyera en la mesa. A veces, concluyó, vivir entre dos religiones no era tan malo. El Rosario de su madre a las cinco, el Sabbat de su padre los viernes a las siete, con el nacimiento de la primera estrella. Su cultura ecléctica la había llevado a diferentes espacios de la espiritualidad. Su razón la inducía a ciertos grados de indiferencia con la que luchaba siempre en ataques de melancolía.
 Desde la muerte de su madre había ido a visitar a escondidas a una “medium”. Necesitaba hallar los confines del misterio de lo que llamamos muerte. Demás está decir que estas reuniones extrañas no la habían ayudado demasiado. Todo lo contrario. Durante el sueño se debatía entre los espacios que llamamos vida y muerte, una especie de purgatorio, la antesala del infierno. Imposible hablar de eso con su padre.
 A veces, sacaba de su cómoda el rosario que su madre le había regalado y comenzaba con el ritual de la plegaria hasta que llegaban su padre y su hermano del estudio o de la escribanía. El sonido de las herraduras de los caballos golpeteando en los adoquines le anunciaban que debía interrumpir las plegarias e ir a la mesa a encender las velas del candelabro.
 Sin embargo esa tarde no llegaron. Esperó hasta las diez de la noche. Se levantó de la cama y fue al living. Sentada en el sillón de tres cuerpos tapizado en pana verde oliva, esperaba. La campana sonó con las diez y media de la noche. Era el Sargento de la Policía. Le anunciaba que fatalmente su padre y su hermano habían sido víctimas de un atentado. No tenían en claro si era un grupo antisemita o anarquista. Le preguntaron si podía ir a la Morgue a reconocer los cuerpos. Su desmayo fue la respuesta. El Sargento llamó a su tío Alberto y ella despertó el sábado llorando.”
 Carina terminó de escribir eso en el cuaderno y quedó mirando el florerito, las flores seguían emitiendo su perfume, aunque algunas estaban ya marchitas.  Era sábado. No quiso bajar a desayunar con el grupo. Esperó hasta las nueve y bajó. 
 Cuando terminó de desayunar le preguntó a la Srta Eusebia si podía hacer un par de llamados. A la respuesta afirmativa se encaramó hacia el pasillo donde estaba la mesita con el teléfono y primero llamó a sus tías para decirles que todo marchaba bien. Luego llamó a su médico. No estaba. Debía concurrir como siempre a la consulta del lunes.  Buscó su riñonera y salió a la calle con ropa deportiva. En vez de hacer su caminata de ejercicio se dirigió hacia la Iglesia.  Entró y humedeció sus manos en la fuente de mármol. El agua bendita la despabiló. Se arrodilló en un banco y comenzó a rezar.
 Salió de allí con el alma enriquecida. Había decidido quedarse en Buenos Aires. Compró el periódico matutino con la esperanza de conseguir algún empleo temporario, pues el dinero de la beca se estaba terminando. Regresó a la casa. Subió los veinticinco peldaños y se preguntó cómo la Srta Eusebia no se habría resbalado alguna vez lustrando ese mármol.  Estuvo toda la tarde preparando un curriculum. Debía además guardar todos sus archivos en dvds, pues si no conseguía trabajo pronto vendería el ordenador.
   Terminó temprano. En el living estaban todos mirando un partido de tenis en el Lcd. Recordó que debía ir a visitar a sus tías y pedirles el pequeño televisor que había en su cuarto. Fue a la cocina. Estaba la Srta Eusebia preparando sus infinitas tartas. El aroma a cebolla frita y masa horneada se mezclaba con el del cloro de la pileta recién lavada.
 -Buenas tardes señorita Carina. Puedo ayudarla en algo?- la vieja le hablaba de espaldas, mirandola con el rabillo del ojo, atenta a sus cebollas fritas.
 -¿Puedo quedarme sentada aquí? No me gustan los partidos de tenis.
 - Ja Ja! Como no! A mí tampoco, sabe. Por eso prefiero adelantar el menú de la semana. ¿Cómo andan sus cosas? Ya se acostumbró a su nuevo cuarto?
 - Si, gracias por las flores. Me encantan los nardos y las fresias.- Intentó hacer una pregunta. Pero no se animó. (¿cómo era que podría acertar en sus gustos?)
 - Imagino que a todas las jovencitas de su edad pueden llegar a gustarles. También eran mis preferidas. Ahora prefiero las calas y las azucenas. También me inclino por las lavandas, que son muy buenas para espantar polillas…
 - Mi madre ponía lavandas debajo de mi almohada.-interrumpió Carina-
 - Sí, mi madre también. Son costumbres, vio?
 A Carina le molestaba que la Srta Eusebia terminara casi todas sus frases con una pregunta. Pero se estaba acostumbrando.
 -Si… ¿Le molesta si leo el diario?
 -No, no. Yo tengo tanto que hacer. ¿Busca algo en especial? Puedo ayudarla. ¿Sabe?
 -Estoy buscando un empleo temporario. Por un semestre o un año, mientras espero que me aprueben la beca.
 -Aja! Si quieres dejarme un curriculum… No te olvides que tengo contactos. Algún estudio o empresa. ¿Cuál es tu formación profesional? – siguió preparando la tarta, llenando un recipiente con toda esa cebolla frita y batiendo seis huevos.
 -¿La ayudo? Me encanta batir a mano… Carina se puso de pie en confianza.- tengo un Master en Idioma Francés. Aquí no me sirve de mucho salvo para trabajar de profesora en una escuela francesa.
 - Bueno, mientras me ayudas con la tarta voy a hacer un llamado.
 A los diez minutos regresó la anciana, con una sonrisa de oreja a oreja.
 -¡Hoy es tu día de suerte! Hablé con un sobrino nieto que tiene un estudio no muy lejos de aquí. Necesita una secretaria temporaria y me dijo que tus conocimientos de idioma le ayudarían, pues tiene varios consorcios con empresas francesas. ¿Te interesa?- preguntó con las manos en el lavatorio.
 -¡Seguro! ¡Gracias señorita Eusebia!- La joven abrazó a la vieja con mucho cariño. 
V
 Pasaron cinco meses desde ese episodio. Carina iba y venía con alegría por la casa. Había recibido la aprobación de su tesis. Podía regresar a París el próximo semestre. Fue a la cocina para darle la buena nueva a la Srta. Eusebia. La sorpresa siguió a la compasión al ver a la buena anciana con lágrimas en los ojos. Ambas habían desarrollado un vínculo estrecho. Y la idea de una despedida no le agradaba. Sin embargo, luego de un instante de silencio, se abrazaron, enjugaron sus lágrimas con servilletas de papel y terminaron de preparar las tartas para esa semana.  Era sábado.  Por la tarde la joven fue a la Iglesia, como siempre a las cinco, a rezar el Rosario. Regresó con la idea de invitar a sus tías para hacer un ágape de despedida el mes entrante.  La vieja recibió la propuesta con tranquilidad, y se dispusieron a planificar el menú. Carina había ahorrado bastante dinero fruto de su trabajo y quería agasajar a sus tías y a la buena señora con abundancia.
 Luego que terminaron de hacer la lista de comensales y el menú, la joven decidió ir a su cuarto a dormir un poco. Estaba muy exitada con la noticia, los preparativos de la despedida y su futuro viaje. Tenía muchas ganas de reencontrarse con sus amigas de allá y había perdido el temor y la incertidumbre de pensar en cruzarse con Aarón en la Ciudad Luz. Definitivamente ya no le importaba.  Se sacó los zapatos y se tendió en la cama vestida, sólo pretendía dormitar un rato. Comenzaba a llover, los arboles lloraban sus hojas ocre y el cielo tronaba al rato de luminosos destellos. Era  la primera tormenta que anuncia el otoño.  Las cortinas de voile se agitaban y al rato goteaban empapadas. 
 Carina no escuchaba, había comenzado a manifestar ese sopor característico previo a una de sus pesadillas. Su cuerpo se agitaba al son de la tormenta, tenía temblores súbitos y al rato permanecía tendida como una hoja mojada.  Doña Eusebia la esperaba para la cena. Pero no apareció.
 A la mañana siguiente. Despeinada y con gusto metálico en los labios, la chica se levantó y fue directo a sus cuadernos de anotaciones, que ya sumaban más de diez.
 Esto fue lo que escribió:
 “Leticia permanecía aún vestida con sus ropas de duelo. A pesar de haber transcurrido dos años del triste episodio. Se había mudado a la alcoba del tercer piso. Con escaso mobiliario. Las paredes habían sido empapeladas del mismo color que la habitación originaria, pero eran aves grises de bordes dorados sobre fondo bordó. El origen católico de su madre la había llevado a concluir que su duelo debía ser de esos colores dorado y morado. Sus vestidos eran negros, pero había empezado a usar cuellos blancos, que ella misma bordaba o tejía al ganchillo. El resto de la casa había sido alquilado a una buena familia conocida de su tío, quienes habían conservado a la muchacha. Era ésta quien se encargaba de los cuidados de Leticia. Toda su herencia había sido invertida en la salud de la joven. Inernaciones en Institutos especiales en enfermedades emocionales. Médicos, psicoanalistas y psiquiatras. Todo ese dinero dilapidado en evitar que la joven cayera en un estado catatónico producto de su duelo.
 La joven había negado toda ayuda religiosa y por supuesto había dejado de visitar a la “medium”.  Había desarrollado una enfermiza idea de la fatalidad. Atribuía a un triste destino todas sus desgracias y el dolor y la melancolía habían llegado a un punto tan extremo que en pocos meses sus cabellos negros azabache tornaron en blancos.  A ella no le interesaba más su apariencia, sólo conservaba el decoro y la pulcritud extrema. Sus sábanas blancas inmaculadas y almidonadas.  Un ramito de lavandas siempre debajo de la almohada le permitía honrar a su madre.  Sobre la humilde cómoda, apoyaba el candelabro de plata de siete velas, que encendía todos los viernes para honrar a su padre y su hermano.  El único lujo que se permitía era un florerito azul sobre su mesa de luz, donde la muchacha depositaba alguna flor de estación.  Se negaba a dejar a la vista los retratos de sus padres y su hermano, ni siquiera aceptaba exhibir una imagen propia.  Por supuesto no quería espejos.  Peinaba sus áureos cabellos en una trenza que enroscaba sobre su nuca, atada con unas peinetas de nácar de su abuela. Simplemente esperaba a que llegara la bendita muerte con su sueño dorado, el poder reencontrarse con su familia de una vez.”
 Carina terminó de escribir ese último párrafo con lágrimas en los ojos. Era tan triste eso que soñaba. ¿De dónde sacaría esas imágenes? ¿Por qué ahora que tenía casi conseguido todo lo que añoraba. Ese viaje era lo que más quería.  La Srta Eusebia ya era parte de su familia y a la tía Cora y la tía Marta nunca había dejado de ir a visitarlas. No había interrumpido su terapia y siempre leía esas anotaciones extrañas a las que el médico respondía que se debía a su imaginación frondosa. Debía aprovecharlas para escribir alguna novela.  Ese último comentario hasta le había hecho gracia. Ese día había salido de terapia con la idea que sería su penúltima sesión.  Además su viaje inminente interrumpiría el tratamiento por seis meses. Por consejo del terapeuta comenzó a recibir una medicación nueva para el tratamiento de la melancolía y estaba haciendo buen efecto. Ya no añoraba el pasado, ni su amor, había concretado sanamente el duelo por la muerte de sus padres. Por eso aquellas pesadillas se convirtieron en algo extraño a su vida. Eran un misterio. Y estaba próxima a develarlo.


 Era la mañana del primero de abril. Una brisa fría la envolvía junto a unas cuantas hojas ocres. Vestida de una manera discreta se dirigía al estudio, donde habría trabajado hasta ese día. Estaba decidida a presentar formalmente su renuncia.  Necesitaba algunos días para renovar el pasaporte y la Visa y tenía pensado permanecer con sus tías una semana antes de partir a Francia por segunda vez.  La alegría de los proyectos se sumaba a la tristeza de las despedidas.  Ese trabajo le había dado muchos beneficios.  El sueldo era suficiente y su jefe un señor muy amable, bastante mayor que ella pero muy elegante.  Alguna que otra vez tuvo la sospecha de que se estaba enamorando silenciosamente de ella. Pero no quería confundir amabilidad con sutilezas de enamorado.  Así que no se pudo dejar de sorprender con la invitación a cenar luego que ella le manifestara la renucia formal. “- No puedo dejar de aceptar…” le contestó. A lo cual el respondió: “- Disculpe, pero no entiendo su respuesta, es un sí o un no?” Carina, con una sonrisa le dejó claramente dicho que era un sí.  Entonces quedaron para el viernes siguiente. “-Me parece perfecto!-“ respondió ella.  Se despidieron.
 “¡Vaya!” pensó Carina, lo que tenía escondido el Sr. Perez, del Estudio Peres y Perez! Se preguntó si por fin se animaría a averiguar durante la cena porque el estudio se llamaba así. Sólo se había atrevido a preguntar que cuántos socios eran y él le había dicho risueño que por supuesto eran dos. Luego de ese accidentado comentario no se había decido a averiguar mas.
 Cuando llegó a la casa, estaban todos listos para cenar. Aprovechaban esa penúltima cena para felicitarla y agradecerle la invitación para el día siguiente. Quienes por educación habían sido invitados a su cena de despedida. Si hasta parecía que se les había ido el tono gris de los rostros agrietado.  Fueron todos los vejetes a tomar café al living y ella se despidió con su habitual taza de leche tibia con miel y canela. Se excusó con la Srta Eusebia por su cansancio y fue a dormir. Era el último viernes que dormiría allí.
 Entró a la alcoba casi sonámbula. Preparó su camisón de algodón y franela, porque estaba fresco. Miró hacia la cómoda antes de dormirse y vio un ramito de violetas de los alpes. No estaba el jarroncito. Era una macetita nueva apoyada en una carpetita de plástico. Cuando fue a tomar un sorbo de leche, se asombró al mirar que en la mesita de luz habían colocado la carpetita de crochet y el florerito estaba adornado con pequeñas orquídeas color lila. Eran de cultivo pues no hacía el tiempo tibio necesario para la época. Su corazón dio un vuelco de ternura al pensar que la Srta. Eusebia había colocado esas flores tan caras a modo de despedida. Ya estaba dentro de la cama cuando notó que la ventana estaba abierta. Tuvo pereza de levantarse a cerrarla. No llovía, y ella estaba bien abrigada, sería su despedida del frío abril de Buenos Aires.
 Se dispuso a dormir. Con la tibieza de la joven alegría de sueños para concretar.


VII
A la mañana siguiente, afuera el alboroto de la calle, adentro un cuaderno sobre la cama, donde podía leerse:
“Leticia seguía con el alma rota. No aceptaba ya consuelo. Hacía dos semanas que permanecía encerrada en su cuarto. Por prescripción psiquiátrica la estaban medicando con unas gotitas de calmante fuertísimo que la muchacha le suministraba dentro de la leche tibia, disimulando el sabor amargo con una cucharada de miel y una ramita de canela. No habían pensado siquiera que esa noche no tomaría la medicación. Luego que escucharon los ruidos y alborotos callejeros, la muchacha subió y comprobó la triste decisión. Hallaron la taza llena en la mesa de luz. ¿quién por descuido había dejado la ventana abierta? No pudieron culpara a nadie. Mucho menos a la muchacha que con tanto esmero la había cuidado.
Los titulares vespertinos anunciaron el suicidio con un titular más que espontáneo: “Todo comenzó cuando alguien dejó abierta la ventana”.
Fueron los policías quienes avisaron a la Srta. Eusebia. Una de sus inquilinas se había arrojado por la ventana. La anciana quedó estupefacta. Así como el médico forense, quien no podía comprender cómo la joven presentara el cuerpo tan herido, si se había arrojado desde un primer piso. Todo indicaba heridas por contusiones desde un tercer piso o más.
La Señorita Eusebia entregó los cuadernos a los investigadores, junto con las pertenencias de la muchacha. Una tristeza extraña la embargaba. No pudo menos que recordar los relatos de su abuela. Aquella familia dueña de la casa donde habían fallecido todos y ella heredara la propiedad junto a los apellidos de la familia.

Todo comenzó cuando alguien dejó la ventana abierta

5 comentarios:

  1. Triste historia con varios dejos de melancolía...
    Muy buena la descripción de todas las locaciones donde transcurre la trama, como así también los perfiles de Carina y Eusebia...
    Gran mezcla de fantasía y realidad con un final impensado y aplastante...
    ¡¡ Felicitaciones !! ...

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  2. Me gustó muchísimo y como dice Juanito muy buenas esas descripciones no solo de los lugares también las que nos hacen sentir las sensaciones de la protagonista, en la primera parte por ejemplo su relación con la comida.
    El final me dejó un gusto amargo pero sin duda era necesario!!! Besossss
    Bibi

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    1. Hola Bibi! también disfruté con tu relato. Me costó entrar al blog pero al fin lo logré!! Abrazo.

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  3. Querida Marcela :
    me pareció que el tema es re- interesante.
    Un paralelo de vidas de una enferma mental que fantasía una vida llena de normalidad, en la cual hay o hubo...viajes,trabajo , amores, estudios, becas ...
    No se sabe hasta que punto las tragedias mencionadas fueron la causante de la división de personalidades que la enferma confunde con pesadillas que despues escribe como si fueran hechos ajenos a ella.
    La misteriosa dueña de la pensión da un toque fantasmal, ya que sabe misteriosamente las preferencias de la protagonista.
    Tambien el final es misterioso pues sugiere que no se suicidó desde el primer piso sino que alguien la tiró desde el tercero o ella subió hasta allí en un acto de sonambulismo o cumpliendo lo que habia escrito ( que se habia mudado de cuarto al piso 3.

    Tenemos entonces un conglomerado de incógnitas, centralizadas en una estudiante solitaria, siendo que de sus pesadillas y escritos se ve incorporarse como un muerto-vivo a la enferma .
    Por ser algo larga, confunde un poco al lector ; creo que si se concentrase un pocolograría mas dramatismo e impacto.

    un beso Marcela
    ricardo

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