martes, 31 de enero de 2012

SOLO POSTRE

HISTORIAS EN EL PISO TRECE
Presenta
LOS MISTERIOS DEL SEÑOR BURDICK
De Chris Van Allsburg

SOLO POSTRE
Acercó el cuchillo y se iluminó aun más
Escrito por Mauro Vargas
Ellen se preguntó cuándo acabaría el martirio en el que se había convertido su matrimonio y, como una respuesta inmediata, la calabaza se encendió.
Su corazón dio un vuelco y se quedó mirando el suave resplandor. Aunque no terminaba de comprender, su mente se encargó de recordarle algo más aterrador, algo que, a pesar de vivir todos los días, seguía provocándole pánico: su marido.
Harry había dicho en la mañana que cuando llegara del trabajo, comería la tarta de calabaza que ella debía prepararle, pero, aunque era viernes y sabía que vendría borracho, Ellen se retrasó peligrosamente en la preparación de la tarta para después de la cena. Ahora apenas tenía el tiempo suficiente y debía prepararla como fuera, porque Harry borracho sólo tenía cabeza para dos cosas: comer o agarrarla a golpes.
Así que no podía perder tiempo. A pesar de que estaba embelesada con la luz oscilante de la calabaza, debía olvidarla e ir en busca de otra hasta la tienda de Beth Duncan.
No hay tiempo.
No, no lo había. Se demoraría mucho en ir y volver.
Quiso rebanarla y seguir como si nada pero… parecía tan viva.
Sólo córtala y sigue cocinando. Complácelo y se irá a dormir tranquilo. No seas tan tonta.
Entonces el resplandor se apoderó de sus preocupaciones. Una atracción la obligó a tocarla y sintió el cosquilleo en su brazo. Luego, aquella cosa leyó sus pensamientos y los proyectó en una secuencia vívida.

Harry llegaba a casa y se sentaba a la mesa.
—¿Hiciste la tarta? —preguntaba apartando los platos vacíos.
Su respuesta era «no» y él no aceptaba ninguna excusa. No había campo para eso.
Harry golpeaba la mesa y los cubiertos saltaban por los aires,  gritaba con su voz pastosa y le recordaba cuál era su lugar en el mundo. Luego vinieron los golpes.
Los tres meses sin maltratos terminaban en ese momento.

Ellen seguía observando la calabaza, hipnotizada. Su mano izquierda estaba sobre la corteza mientras empuñaba el cuchillo con la otra.
Aquella cosa borró sus pensamientos y reescribió la historia como debía ser, sobre el espacio blanco en el que se había convertido su mente. Ellen se vio a sí misma borrando la tiza del pizarrón para rehacer la ecuación. La ecuación de la venganza.
Luego vino la otra secuencia vívida.

Harry llegó a casa y se sentó a la mesa a comer.
—¿Hiciste la tarta? —preguntó apartando los platos vacíos.
La respuesta fue «por supuesto, amor» y él aceptó el postre con un ansia bestial. Luego se retiró de la mesa, eructó y se dirigió a la cama; sin embargo, Ellen empuñaba detrás el cuchillo.
 Se abalanzó hacia él, pero las cosas no siempre salen bien. Lo supo cuando Harry se volteó, agarró su mano armada y la retorció. Luego vino la paliza.
Fue la primera vez que la dejó al borde de la inconsciencia.

No. El resultado no era el adecuado. En su mente, la Ellen adolescente soltó la tiza  y el cuchillo cayó sobre el mesón en la realidad. Debía dejar actuar a la energía de la calabaza. Lo sabía porque, de alguna manera, ella se lo había dicho.
Ahora sus dos manos estaban aferradas a la corteza y en sus ojos sólo se veían las escleróticas, teñidas del anaranjado resplandeciente de la calabaza sobre el mesón.
Ahora veía cómo la ecuación se solucionaba de la manera correcta, en una nueva visión. El resultado que buscaba era el fin de aquella pesadilla denominada «Mi vida con Harry». Tiene nombre de comedia, pensó. Una comedia bastante cruel.

Harry llegó a casa y se sentó a la mesa.
—¿Hiciste la tarta? —preguntó apartando los platos vacíos.
La respuesta era «por supuesto, amor» y él aceptó el postre con un ansia bestial.
—Anda, pruébala —le insistió Ellen.
Lo estaba instando a que comiera. ¡Rayos, no tenía que decirle qué hacer! Maldita mujer. Eso lo hizo mirar con reticencia la tarta.
—¿Qué tanto miras, Harry? Es sólo postre.
Harry decidió dejar sus especulaciones para después y devorar la tarta. A los pocos minutos se estremeció y empezó a convulsionar. Su cara se convirtió en un rictus de angustia. Se llevó las manos al cuello mientras su lengua se agitaba por fuera como una babosa a la que le hubieran echado sal. Ellen observó a Harry caerse de la silla, agitarse en el suelo y desvanecerse partícula por partícula… literalmente.

Ellen regresó a la realidad súbitamente, apartó las manos de la calabaza y respiró profundo recostada en el fregadero.
La última vez, pensó. Funcionará. Sólo debes preparar la tarta.
¿Era su pensamiento o la calabaza seguía hablándole?


Detrás suyo, la calabaza se apagó lentamente. Debía cumplir con su cometido: ayudar a Ellen. Se lo había hecho sentir. Se lo había garantizado. Había utilizado toda su energía para ofrecerle una visión que no podía ser más clara.


En el fregadero, Ellen no sabía qué hacer. ¿Matarlo? ¿En serio?
No morirá. DESAPARECERÁ.
Ya había visto las posibilidades. No era una mujer de esas. Se había casado para obedecer su marido. Así la habían educado, aunque los tiempos actuales afirmaran lo contrario y su voluntad estuviera a punto de hacerse pedazos.
Vio la calabaza sobre el mesón. Todo le parecía una locura, sobre todo la última visión. No fue un sueño porque aún sentía el cosquilleo en sus manos, pero sí le pareció extraño dejar todo en manos de una calabaza.
Podría guardarla, o botarla, y seguir con su vida normal, pero también quería librarse de los abusos. ¿Lo mataba ella o dejaba actuar a la calabaza?
Ellen esperó a que su mente se aclarara y tomó una decisión cuando agarró el cuchillo.


Harry llegó borracho, como todos los viernes. Lo primero que hizo fue sentarse, cenar y esperar el postre que, esperaba, le tuviera listo su mujer.
—La hiciste, ¿cierto? —dijo Harry con sus voz pastosa, retirando los platos vacíos del bistec.
—Por supuesto, amor.
Harry aceptó el postre con ansias y Ellen se sentó en la mesa, lo que le pareció bastante raro. A él le gustaba cenar solo. Ella lo sabía.
—Anda, pruébala —le insistió Ellen.
¡Rayos, no tenía que decirle qué hacer! Maldita mujer.
Ellen no dejaba de mover sus dedos sobre la mesa. Eso lo hizo mirar con reticencia la tarta. Estaba ansiosa. Jamás la había visto así. Sintió una especie de advertencia, un impulso por no comerse el postre, y aunque su apetito le podría más que su presentimiento, decidió salir de dudas.
—Qué te parece un bocado, ¿Ellen? —le dijo ofreciéndole la tarta y una cuchara.
Ellen se quedó fría. Harry la estaba mirando, esperando su reacción. Él lo sospechaba. Debió haberlo sabido.
—¿Qué tanto miras, Ellen? Es sólo postre —le dijo Harry con una sonrisa en su rostro.
Recordó que esa pregunta la tenía que hacer ella. Luego Harry comía la tarta y…
Pero no tenía más opción. Aunque desconocía el poder de la extraña calabaza decidió que con tan solo un poco no sucedería nada, así que empezó a comer mientras Harry la observaba.
Sólo fueron tres bocados.


3 comentarios:

  1. ¡¡ Espectacular !!...
    La trama no da respiro, y a medida que avanzaba por la misma era imposible no ir previendo el posible desenlace... Pero jamás me vi venir ese final, y quedé gratamente sorprendido, me encantó...
    ¡¡ Felicitaciones, Mauricio !! ... Muy bueno

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  2. Creí que había dejado comentario...Bueno va de nuevo !!!
    Increíble !!! Este relato con el final inesperado, la narración sin respiro , esos monólogos de la protagonista y las secuencias es genial!!! Mis felicitaciones al escritor!!!!

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  3. Muy bueno, Mauro. Pobre mujer. Una injusticia total!! jaja... Me requete sorprendiste! Saludos!!

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